La joven estudiante, desertora de aulas por ardor y anhelo de justicia, gritaba con la clara intención de que su voz se oyera "¡Es un antisistema!" No encajaba la acusación con su entusiasmo. Y recordé al político con fondo semejante y forma envolvente y convenida, acompañada por su imagen correcta en la pantalla del televisor: "...desorden provocado por elementos antisistema..." Lo que pareció testimonio de ignorancia y búsqueda en la una, fue convicción en el profesional, acusación sin reserva con el tono y matiz de quien desvela una maldad considerada por la mayoría y capaz de acabar con las buenas costumbres y un bienestar social fosilizado como único. Antisistema sonó en las bocas, suena en el aire como, hace un millón de años, en mis oídos de flecha falangista, sonaba comunismo. La acusación siempre solapada por su desmesura "...y es que su padre era comunista...". Y buscabas el rabo y los cuernos en aquel chaval que no era diferente a ti. Pensabas en aquel progenitor, ya fusilado, como en un sacamantecas, pirómano de templos y enemigo del bienestar y el orden. "Por sus obras los conoceréis". Sentenció aquel Hombre. Hombre, real o imaginario, pero ingeniosamente utilizado en cualquier caso. Porque, claro: si no es por sus obras, no encuentro motivos para entender a la persona, la entidad o el sistema.

"¡Es un antisistema!" Como un maldito pecador, temido monstruo en aquella boca inocente o un condenado histórico en la lengua hábil y acostumbrada del político. Aunque, una vez capturado el término y con tiempo y reposo, aislado para su observación en el ágora del cerebro, le acabas encontrando matices que atenúan los contrastes, suavizan las aristas y, cuando menos, te colocan en el camino saludable de la duda y la reflexión.

Porque anti debe ser como contra, vamos a ver: y estamos en contra de que nuestra sociedad medre por el único empuje de la especulación. Los ciudadanos vamos bien cuando los billetes para algunos se multiplican, pujan los bancos con sus cuentas hasta hacer estallar las rejas porque ya no caben. Cuando el hambre de riqueza no se puede saciar. Cuando los mercados o aquéllos que tienen el capital lo ven crecer y crecer hasta que no les cabe en los bolsillos. O sueltan parte o se asfixian por su inmovilidad y su peso.

Estamos en contra de que la mesa de algunos, unos pocos, nunca mayoría, tenga que rebosar para que los otros, los más, sobrevivan con lo que cae de aquella mesa porque no cabe tanto.

Estamos en contra o podemos ser señalados como antisistema, cuando vemos con claridad que el crecimiento económico debe tener un techo, un tope, para no acabar consumiendo la vida de todos y de todo; de los elementos sencillos que la animan en este planeta único y limitado. Estamos en contra o en el grupo de los antisistema cuando sabemos del amigo que tuvo un trabajo y lo perdió sin culpa, que sigue siendo una buena persona, que está en la calle y se avergüenza cuando te encuentra porque sabe que te duele verlo con la mano abierta a la puerta del templo o en esa cola de gente silenciosa.

Somos antisistema cuando, en el mejor de los casos, la solución se percibe en lo mismo: cuando los mercados se animen, se revitalice la especulación; cuando soñamos con volver a aquellas fechas del consumo desmesurado y el despilfarro; cuando dependemos para seguir el día a día con nuestros hijos, de una maldad clara o de la voluntad de un malvado. Una laxitud consciente que nos rebela y que aguantamos en lo más hondo de nuestro corazón.

Somos antisistema cuando vemos que el porvenir depende, no de la curación y de un nuevo tejido, aunque débil, con esperanza y posibilidad, sino de una clara metástasis de lo que ya estaba más que podrido.

* Profesor y escritor