Precisamente ahora, cuando la desunión y la crisis azotan su estabilidad, suena como un llamamiento a la cordura, a volver a sus principios, confiando en que una vez etiquetada como paladín de la paz no se aparte de lo que se espera de ella. Más que una constatación parece una esperanza. La UE tiene su origen en la reconciliación de las potencias europeas enfrentadas en la II Guerra Mundial, con el propósito de evitar las confrontaciones mediante la cooperación económica y la creación de un mercado común en el que pudieran circular mercancías, capitales y mano de obra.

Antes, en 1919, como parte del Tratado de Versalles que puso fin a I Guerra Mundial, se constituyó la Organización Internacional del Trabajo (OIT), con el convencimiento de que la paz universal y permanente solo puede basarse en la justicia social. La existencia de condiciones de trabajo que entrañan injusticia, miseria y privaciones para gran número de seres humanos constituye una amenaza para la paz y armonía universales, que es urgente mejorar, junto a la necesidad de obtener igualdad en las condiciones de trabajo en los países que competían por mercados.

Aunque en la UE lo social solo se fue incorporando en la medida en que las diferencias de protección entre los distintos países podían constituir un obstáculo a la libre competencia, más recientemente se ha intentado, paulatinamente y alentado por las posiciones ideológicas más progresista y los movimientos sociales, combinar el crecimiento económico con la construcción de un modelo social que supone una cierta unida de valores compartidos en torno a la justicia social, el respeto a los derechos humanos, la democracia y la solidaridad, que ha permitido convertirla, aunque sobre la base del consumismo, en un espacio de paz, bienestar y prosperidad.

Pero hoy los logros de esa búsqueda de equilibrio entre capital y trabajo se están desmontando, por el impulso de la ideología neoliberal en un afán desenfrenado de recuperar el terreno perdido, con el pretexto de atender la demanda de los prestamistas, que se está traduciendo en un endurecimiento de las condiciones de trabajo, con pérdida de derechos, debilitamiento de las prestaciones sociales, subida de impuestos sobre las rentas de trabajo y el consumo, reducción del gasto público y de las inversiones, privatizaciones; lo que vuelve a incidir en una merma en la asistencia pública, que sufren en mayor medida los más necesitados, profundizando así aún más en las desigualdades. Es la ruptura de la paz social, antesala de la paz.

* Profesor titular de Derecho del Trabajo y de la Seguridad Social de la UCO