En esa extraña relación conyugal que parece mantener Cataluña con el resto del Estado español no hay cabida para la reconciliación, o eso al menos se deduce de las palabras de los dirigentes de la Generalitat. Basta que ambos miembros --sería un absurdo seguir hablando en términos de unidad-- se sienten de una vez por todas a negociar las condiciones del divorcio. Se trata de ese último momento en el que uno de los amantes se dispone a decirle al otro aquello de: "Lo nuestro ya no va bien, sería mejor dejarlo". Y ocurrirá tan pronto como se le pregunte a la nación catalana qué quiere hacer con su futuro. O eso dicen.

A nadie se le escapa, eso sí, que vivimos unos tiempos convulsos, de crisis. Con el bolsillo vacío es más sencillo optar por el separatismo porque se tiende a buscar a un enemigo común que se pueda señalar como el opresor responsable de las vacas flacas. Ello combinado con un discurso nacionalista que cale en el corazón del pueblo, que se deja guiar más por la pasión que por la razón, es el caldo de cultivo idóneo para que en un supuesto referendo independentista gane un "sí" contundente. Y lo más sorprendente es que quienes dicen "sí" al nuevo Estado son, precisamente, nietos de andaluces que tuvieron que soportar que durante años les llamasen, despectivamente, charnegos. Y ahora que ha aparecido en escena un tercero en discordia, Su Majestad el Rey --por el tratamiento se deduce que le tengo Ley--, que en esta romántica metáfora haría la función de suegra chapada a la antigua, obliga a los enamorados a que continúen con su idilio, aguantar por aguantar, y se olviden de rupturas y divorcios. Y ello ha caldeado aún más los ánimos y fomentado el ansia independentista.

Y como toda relación que termina, termina mal, los amantes despechados se sumergen en un mar de hostilidades, reproducir un tira y afloja, lo que el vulgo denomina "tocar los huevos". Se escuchan frases como "boicot a los productos catalanes" o "pues el Barça que no juegue en la Liga española" --que ya no es española--, que es de un banco. Y los políticamente correctos invocan el recientemente popularizado artículo 155 de la sacrosanta Constitución del 78 y que en Cataluña se hable castellano, por ejemplo, en pos del "interés general".

Así se produce un paulatino distanciamiento, una brecha que como se vaya de las manos se va a convertir en irrevocable mientras se siga con el discurso de un ellos y un nosotros que no queremos ser. Un matrimonio en crisis donde el marido y la mujer tienen demasiado que reprocharse. Y es que, como dice el gran maestro Sabina, "para decir con Dios a los dos nos sobran los motivos".

* Periodista