Vengo sosteniendo que muchos de los problemas añadidos a nuestra bancarrota están originados en la creciente debilidad del Estado. Conforme avanza en el tiempo disminuye en su fortaleza y desde luego el apretón catalán y consiguiente desasosiego en el resto de la nación lo manifiesta. Decía Jesús Pabón que son cuatro las corrientes que confluyen en el catalanismo. Primera el proteccionismo económico, con resultados evidentes. Segunda el federalismo político de Pi y Margall, que desenlaza en el particularismo de Almirall. Tercera el tradicionalismo religioso y filosófico transformado en regionalismo o nacionalismo, como renacimiento cultural basado en la lengua. Y por último el catalanismo político que resulta del anterior y que sin duda protagoniza el descollante Prat de la Riba, su verdadero fundador, que diseña en su Nacionalidad catalana el catecismo de aquel. Pero no separatista, sino concebido como normalización política y cultural de Cataluña, que proviene de la Renaixenca y la Mancomunidad Catalana de 1914. Hasta el propio Almirall decía que Cataluña no es separatista pero pretende que la regeneración de España venga de allí. Y aún más. Declarada Estado soberano, delegará en un poder federal la parte necesaria de su soberanía para la sólida base de la unidad nacional. Cuando hoy el pulcro y redicho Mas, sucesor del charlatanismo pujolista, se presente exigente ante el presidente del Gobierno, no lo hará como aquella representación de la sociedad catalana ante Alfonso XII portando un Memorial de Agravios, sino en solicitud de la llave de la caja. Tras los años negros de experimento fracasado del tripartito, Cataluña está arruinada y sus más que necios dirigentes necesitan el ruido y las nueces. Pero el Gobierno de España no debe ceder con privilegios fiscales que hagan olvidar el principio constitucional de solidaridad.

* Ldo.CC.Políticas y Económicas