He escrito alguna vez que soy un patriota. Lo que no soy es patriotero. Me identifico con los valores que protege el Estado democrático y me siento cómodo en un país que los respete y los proteja, favoreciendo su extensión, impidiendo la regresión social. Soy un ciudadano europeo del Estado español que ha tenido la inmensa suerte de nacer andaluz. Esas son mis claves. Si se mantienen las premisas, en el campo de los valores democráticos, que me hacen compartir el espacio público, mi comodidad encuentra encaje. Si se alteran, probablemente operen los sentimientos de pertenencia e identidad y, entonces, elegiría bandera en función de mi libertad más íntima: verde y blanca en tricolor, por ese orden.

Parecía que quienes defendemos desde hace mucho tiempo las ventajas del autogobierno y su concreción en el Estado autonómico para sostener el avance de España hacia un modelo republicano y federal, íbamos a romper el país. He soportado, discrepando viva y democráticamente, las soflamas patrioteras de los que acusan al nacionalismo periférico de insolidario desde una posición tan incompleta y miope como la del nacionalismo español. Ahora, con un gobierno central que defiende esas posiciones, estalla un clamor en Barcelona que no está poniendo en cuestión nuestra particular sociedad de gananciales sino el propio matrimonio. Es una crisis de disolución que quizás pueda arreglarse, o no. Posiblemente, no toda la manifestación histórica de la Diada tuvo un sentimiento separatista. De hecho, sospecho que la razón para este repentino alud secesionista tiene mucho que ver con que la marca Estado español no garantiza hoy los derechos necesarios para sentirse cómodo en el país, mientras obliga a muchos esfuerzos que no dan fruto y cuya supuesta provisionalidad no se percibe como transitoria. Pero el dato incontestable es que una multitud, posiblemente mayoritaria, dice no confiar en el modelo de este país y prefiere ir por libre, con todos sus riesgos. Espero que los dirigentes de los territorios implicados (Cataluña, resto de España y Unión Europea) sepan leer y actuar, cada cual con su responsabilidad, sobre esta particular situación, pero no confío en que estén a la altura de este momento trascendental porque en los últimos tiempos, con independencia del color político, han demostrado gran impericia y un cínico desapego de la sociedad a que representan, traduciendo gobierno por recorte, en una especie singular de despotismo carente de la más mínima luz. Los acontecimientos pueden precipitarse porque la ausencia de liderazgos sólidos, capaces de ofrecer esperanza y aquilatarla con hechos, los impulse. Es probable que estemos asistiendo sin saberlo al final de un sistema que no da más de sí y debamos reconstruirlo sobre los escombros de un sentimiento destrozado con una torpeza política proverbial. Garantizar la igualdad, la libertad y la solidaridad es la tarea de la patria que identifico como propia. Y no estoy solo. Si los próceres nos la hurtan, el pueblo se busca una nueva. Estamos (des)esperando.

* Asesor jurídico