"Rajoy ya tiene su mayo", dijo con ingenio Josu Erkoreka, portavoz del PNV, en la dramática sesión del miércoles en el Congreso. No se refería a un mayo francés, como el del 68, aunque ya veremos si las calles no se incendian en otoño, o al 2 de mayo que estalló en Móstoles contra los franceses en 1808. Hablaba del mayo de 2010, el de Zapatero, cuando el entonces presidente compareció de improviso a decir al país que "me cueste a mí lo que me cueste, debo empezar los recortes". Mariano Rajoy, en julio del 2012, ha proseguido con amputaciones radicales, que a saber si serán suficientes para calmar las exigencias comunitarias y la voracidad de los mercados. Para el presidente del poderoso Bundesbank, "mejor sería que España se cobijara bajo el paraguas de la intervención en vez de pedir ayuda solo para los bancos".

En medio del funeral parlamentario del miércoles, que terminó con aplausos poco comprensibles, una diputada, Andrea Fabra, hija del cacique popular castellonense que lleva años escapando con triquiñuelas judiciales de supuestos casos de corrupción, exclamó: "Que se jodan". Asegura ella que iba contra los socialistas y los socialistas interpretan que se refería a los parados. Elijan: mal o peor. Lo triste es que ambas bancadas pierden la compostura y los jóvenes estudiantes que acuden curiosos al Congreso se llevan la impresión de que los padres de la patria protagonizan una reyerta de bar más que una misión histórica. Como le dijo un profesor a Javier Rojo, expresidente del Senado, "después en clase es difícil recriminar sus malos modos y palabrotas porque te responden que eso es lo que hacen los parlamentarios y no pasa nada". Quizás sería mejor suspender las visitas educativas si sus señorías no se comprometen a comportarse.

En una situación como la que vivimos, con indicios de fuertes tensiones sociales por la pérdida de calidad mínima de vida en muchos casos y de privilegios en otros, regenerar el clima ciudadano exigiría por empezar a pedir perdón por errores y desaciertos. Zapatero lamenta ahora no haber cortado las indemnizaciones millonarias en las cajas de ahorro y la limitación impuesta por el PP, por fin, fue tibia. Pero en España nadie pide excusas. Por eso han impactado las declaraciones de José María Castellano y González-Bueno, responsables de Novagalicia Banco. Castellano habló de contratos de directivos no éticos y se excusó porque sus antecesores vendieron preferentes sin la información adecuada. Reconoció que "hemos encontrado cosas que mejor nos hubiera gustado no encontrar". No precisó más pero el diputado del BNG en Madrid, Francisco Jorquera, sí lo hace: "En Caixa Galicia se llegó a instaurar una dinastía de directivos y parte de los activos tóxicos proceden de inversiones desquiciadas del ladrillo en el Mediterráneo".

El programa de V Televisión en el que los actuales rectores del banco gallego hicieron sus declaraciones, después reproducidas en bastantes telediarios, debería emitirse por las televisiones autonómicas madrileña, valenciana y catalana, por lo menos. Solo con golpes mediáticos de sinceridad y responsabilidad es posible empezar la reconstrucción de la confianza que, ahora mismo, y por encima de cualquier otra carencia, es el bien más escaso. En este proceso tan difícil algunos colectivos castigados por las medidas como los funcionarios, por ejemplo, se juegan mucho más que la paga de Navidad o la reducción del sueldo. Percibidos en la opinión pública tradicionalmente como un sector privilegiado, cuando hay bastantes que son mileuristas y otros que trabajan más que si estuvieran en la privada, tienen ahora un reto comunicativamente muy difícil: defender sus derechos sin que afecte a su imagen de responsabilidad. En su día, maestros y policías arruinaron con huelgas su prestigio y les costó años recuperarlo.

* Periodista