Se ha sabido estos días: en noviembre, el jeque Mohamed bin Rashid al Maktoum, primer ministro de los Emiratos Arabes, regaló dos coches Ferrari al rey Juan Carlos. No uno, dos. La gracia es que si uno se avería, todavía le queda el otro. Como quien invita a una cerveza --o un té verde--, el jeque le diría: "Toma, Juan Carlos I, aquí tienes dos Ferrari. Pago yo, ¿eh? Y no me digas que no, que me enfado". Los dos cochazos están valorados en 500.000 euros y han acabado en el Parque Móvil del Estado. Es decir, no son propiedad del Rey --porque si se los quedara, debería pagar impuestos--, sino que son de todos los españoles. De momento la Casa del Rey no ha aclarado el gesto del jeque, si le estaba agradeciendo un favor --quizá le deja aparcar gratis el yate en Marbella, digo yo-- o si solo tenía un día espléndido.

Lo que sí ha contado la Casa del Rey es que los dos Ferrari se añaden a su colección de coches de lujo. Se ve que tienen más de 70, todos muy relucientes, como un Rolls Royce exclusivo que compró Franco, y que es el mismo que utilizó Letizia para ir a su boda. La Casa del Rey también ha dicho que aún no saben qué harán con los dos Ferrari. Quizá montarán una exposición con todos los coches, dice. No es mala idea, si lo que quieren es refregar su opulencia por la cara del populacho que los mantiene. Pero quizá los miraríamos de otra forma si hicieran lo que deben: venderse los Ferrari y dar el medio millón de euros para sanidad o educación.

Vivimos en mundos paralelos, no es ninguna novedad. Están los ricos, la clase media y los pobres --para simplificar-- y nunca se mezclan, si no es en un cuento de hadas o en una historia trágica. La crisis ha hecho que la distancia entre estos mundos sea cada vez más grande, pero también que quede más a la vista. Es como la noticia de hace unos días: en París, alguien robó un reloj de 300.000 euros al tenista Rafael Nadal. ¿Quién va por el mundo con un reloj tan caro? En su mundo paralelo, no es una obscenidad, es normal. Y no vale escandalizarse, porque cada uno hace lo que quiere con el dinero que gana, y además siempre habrá alguien que esté peor que nosotros. Pero estos gestos --el Ferrari, el reloj exclusivo-- sirven para definir las fronteras entre mundos paralelos.

Cuando el magistrado Carlos Dívar se negaba a dimitir, por ejemplo, es que le daba pavor pasar de un mundo al otro, renunciar a unos privilegios que ahora le parecen de lo más normal.

* Periodista