Jesús tuvo a lo largo de su vida un constante empeño en poner de relieve que el respeto y la valoración del hombre están por encima del respeto y valoración de la norma. Aquello de que el sábado se hizo para el hombre y no el hombre para el sábado (Mr 2 27) es una frase lapidaria en la que se resumen muchas de las acciones e intervenciones públicas de Jesús. Por ejemplo, cuando pregunta con sentido crítico si en sábado es lícito hacer el bien en vez del mal, salvar una vida en lugar de destruirla (Lc 6 9), o cuando se dirige a los juristas diciéndoles que imponéis a los hombres cargas intolerables, pero vosotros no las tocáis ni con uno de vuestros dedos (Lc 11 46).

Por otra parte, el relato que hace Lucas de la infancia de Jesús, está enmarcado entre dos sucesos dominados por el cumplimiento de obligaciones legales. Comienza por una referencia a la Ley civil, y termina con una referencia a la Ley religiosa. Si José y María se desplazan de Nazaret a Belén, no es por una decisión familiar autónoma, sino para cumplir una prescripción de las autoridades civiles: el discutido censo de César Augusto (Lc 2 1). Los últimos días de su estancia en Judea están dedicados a cumplir todos y cada uno de los reglamentos religiosos que acompañan el nacimiento de un primogénito en una familia israelita: la circuncisión, la presentación en el Templo, y la purificación de la madre parturienta.

La contradicción entre el marco de ordenamientos legales de la infancia de Jesús, y su crítica posterior al espíritu legalista, es solamente aparente. Tales críticas de Jesús no puedan asimilarse a lo que hoy llamaríamos una actitud anarquista. Su conducta es respetuosa con la normativa legal: paga personalmente los impuestos (Mt 17 27), sube regularmente a Jerusalén por la fiesta de Pascua, acude los sábados al servicio religioso de la sinagoga (Mr 1 39), respeta las normas establecidas para el control sanitario de enfermedades contagiosas (Lc 17 14). Otra cosa muy diferente es confundir el ordenamiento legal con la voluntad de Dios, y, en consecuencia, sacrificar la vida y felicidad de los hombres al ordenamiento legal.

La Ley israelita reglamentaba minuciosamente los ritos a cumplimentar en el caso del nacimiento de una criatura. En primer lugar se prescribe la circuncisión a los ocho días del nacimiento (Lev 12 3). La circuncisión la tomaron probablemente los israelitas de los egipcios. A su llegada a las tierras de Palestina, los habitantes de ese territorio la desconocían. Y así se convirtió en signo distintivo de su identidad nacional. De ahí que se la tomara como signo de pertenencia al pueblo elegido, se le diera un significado religioso, y, finalmente, se atribuyera su origen a Abrahám (Gen 17 11).

Otro rito importante era el rescate del primogénito. Efectivamente, en recuerdo de la décima de las plagas que Yavhé envió sobre Egipto, matando a todos los primogénitos, (Gen 12 29), la Ley israelita establecía que todo primogénito de especie humana o animal pertenecían a Yavhé. Los primogénitos del ganado serían sacrificados, los primogénitos humanos deberían ser rescatados (Ex 13 11-16). El precio del rescate para las personas estaba igualmente fijado, en función de la edad y del sexo: el varón era más caro que la mujer. "De un mes hasta cinco años, el valor será: para niño de cinco siclos de plata, para niña de 3 siclos de plata" (Lev 27 6).

El tercer rito importante era la purificación de la madre. La Ley israelita establecía que la madre era impura durante 33 días si daba a luz un niño, y durante 66 si daba a luz una niña (Lev 12 4-5). También en este caso la Ley era menos exigente con los varones que con las mujeres. Una niña, por lo visto, causaba más impureza que un niño. El caso es que durante 33 días después del nacimiento de Jesús, María "no podía tocar ninguna cosa santa, ni ir al santuario". Transcurrido este plazo, los padres fueron al Templo a cumplimentar los trámites de la consagración y rescate del primogénito, y de la purificación de la madre.

Había que entregar al sacerdote que estaba en funciones en ese momento un cordero y una paloma. De esta forma la madre quedaba purificada del flujo de su sangre (Lev 12 7). Si los medios económicos de la familia no les permitían llevar un cordero y una paloma, podían acogerse a la tarifa reducida, y llevar dos palomas. Esto último es precisamente lo que hicieron los padres de Jesús (Lc 2 24). Este detalle es importante y significativo. Es la indicación más clara que tenemos de que el nivel económico de la familia en que Jesús vió la luz, pertenecía al sector social de recursos económicos escasos. Una vez cumplimentados todos estos trámites regresaron a Nazaret (Lc 2 39).

Jesús no está en contra de la Ley por sí misma, sino de divinizar la Ley haciéndola expresión de la voluntad de Dios, y como tal darle más valor que a la.atención de las personas.

* Profesor jesuita