¿Y ahora que Carlos Dívar se ha marchado, que ha entornado la puerta sin decir ni mu, o a la francesa, ¿qué va a suceder? ¿Se ordenará ese colmado de intereses, envidias y conspiraciones en que se han convertido los órganos rectores de ese poder del Estado que llamamos Justicia?. Es de temer que no. Son demasiados años de desatinos y nombramientos increíbles. Por ejemplo, ¿quién fue la lumbrera que dio a Zapatero el nombre de Dívar para presidir el Consejo y el Supremo? Deberíamos conocerlo para estar alerta ante posibles ocurrencias futuras de tal criatura. ¿Por qué el PP bloquea el normal relevo de cargos institucionales siempre que no está en condiciones de nombrarlos a su gusto? Son demasiados años de bombardeo sobre las instituciones del Estado como para que no estén resquebrajadas.

El Gobierno vuelve a la carga de las renovaciones las últimas semanas. Y se abre de capa como siempre: decidido a ganar, a que el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal Supremo o el de Cuentas no le causen problema alguno cuando les toque entender de lo suyo. ¿Pueden tener un futuro razonable las instituciones promovidas bajo el cumplimiento de tamaña exigencia? No. Siempre estarán cuestionadas, criticadas y bajo sospecha de parcialidad.

El Gobierno, en fin, no quería dejar caer a ese hombre de humilde soberbia que se dejó seducir por la solemnidad del boato apellidado Dívar. Necesitaba tiempo para tener a punto su plan de ataque y conquista judicial. Hasta la vicepresidenta Santamaría hizo llamadas a miembros del Consejo para que estos impidieran la caída del pobrecito rezador . Pero no tuvo suerte y hoy tenemos dos presidentes en funciones, uno del Consejo, De Rosa (sigan el juego de este punto) y otro del Supremo, Xiol, magistrado habilidoso y respetable al que se le buscarán las vueltas. El choque de ambos y los remeros que los mueven está cantado. De Rosa disputará todas las fotos, en tanto que la Sala de Gobierno del Supremo se dispondrá a impedirlo. Y puesto que las sorpresas más increíbles nos llegarán bien pronto, bien harían los poderosos magistrados del Supremo en exigir al Gobierno y al Parlamento que promuevan de inmediato un nuevo presidente del Consejo y el Supremo serio, digno, respetable y aceptado por la mayoría. Hombres y mujeres con ese perfil existen pero ya veremos cómo nuestros políticos no los encuentran.

* Periodista