Ya es verano, ese tiempo que, según nuestra formación, debe utilizarse para tirarse a la bartola, aunque también para recuperar las horas perdidas con las musarañas durante el curso y preparar los exámenes de septiembre. Verano es sinónimo de España, un país que se coloca el bañador en julio y no se lo quita hasta que el Corte Inglés nos vende sus cortycoles con el comienzo de curso, por mucho que algunos gobiernos quisieran adaptar el calendario escolar a fórmulas europeas donde habita el frío. Pero los hombres del tiempo anuncian que será una estación cálida y con esos calores lo que pide el cuerpo son frigorías y no calentamientos de coco después de un curso en el que la prima de riesgo nos ha amargado los pupitres. Pero no hay que bajar la guardia. Donald Trump, el multimillonario norteamericano, con torre propia en Manhattan, ha dicho que España es un chollo, un gran país con fiebre, y que ahora --sobre todo en verano, que todos andan con el gazpacho, el salmorejo y la playa-- es tiempo de conseguirlo todo allí a cambio de nada. Suponemos que cuando el magnate habla de "todo" se referirá a mansiones, urbanizaciones, hoteles o provincias enteras y no a calderilla. Aunque parece ser que estamos condenados a ella porque Trump se ha puesto sublime y ha dicho que la Europa de los mercaderes --en ocurrencia feliz de Anguita-- se va a desmoronar como calderilla sin ideología y que cada país volverá a su moneda. Por lo pronto Vargas Llosa, el Nobel que también tiene apartamento en Manhattan, nos anima con aquello de que el hambre agudiza la imaginación. Para colmo las estadísticas dicen que hemos bajado el nivel de vida diez años. Mira que si al final Trump, aprovechando el verano, se adelante, compra España y no hay rescate...