En septiembre hará 20 años que con expectación se celebró el concierto inaugural de la Orquesta de Córdoba con el padrinazgo artístico de Rafael Orozco y Fernán Gómez. Hoy sufre un calvario de incertidumbre por su propia continuidad víctima de este huracán pegajoso y descorazonador que nos azota. Inicialmente interesa decir que la Consejería de Cultura tuvo en sus dos primeros decenios de autonomía --casi por sí sola la justifica-- la más brillante política cultural que Administración pública haya logrado. Puestos a personalizar no lo hago en la cúspide, como el agradecido Barenboim que dice de Chaves ser el gobernante con mayor visión cultural del mundo, visión que no logró ni del proceso histórico que vivía. Más bien de sucesivos equipos de jóvenes entusiastas en los campos del libro, la museística, la arqueología, la música o la restauración que dejan escrito el camino para los que pretendan acercarse al prestigio de la Administración y la eficiencia del gasto público. La creación de la Orquesta de Córdoba, bajo el inusual formato de consorcio, forma parte de esa brillante historia. Desde entonces 1.125 conciertos, 37 discos y el lujo de un director titular de la talla internacional de Leo Brouwer han dado presencia de calidad y nivel cultural a una ciudad universal como Córdoba. Pero los entes consorciados, Junta y Ayuntamiento, caminan hacia la ruina y la orquesta puede morir con un presupuesto poco mayor de tres millones de euros. Mucho menos que el fichaje de un futbolista en Primera. La sociedad cordobesa ha de movilizar recursos de sectores económicos como la banca, la distribución, el olivar, el vino o de cuantos sepan aprovechar las posibilidades del mecenazgo y la cultura como motor de desarrollo. Y eso, a pesar de la crisis. Y las administraciones, menos fantasíosos y caros castillos de naipes y más ingenio para evitar el hundimiento.

*Lcdo. CC. Políticas