La epigrafía funeraria cordobesa de época romana se encuentra, a día de hoy, pendiente de estudio. La edad del fallecimiento es uno de los múltiples aspectos que pueden derivarse de ella, y precisamente a él voy a dedicar las próximas líneas, sin afán alguno de exhaustividad y la única pretensión de evidenciar su enorme potencial histórico. Me basaré en la última edición del Corpus Inscriptionum Latinarum , obviando de forma consciente los últimos hallazgos, que matizarían bastante los resultados. El CIL recoge para Córdoba 293 epígrafes funerarios, comprendidos entre el siglo I a.C. y el siglo V d.C. Dada la frecuencia de los epitafios múltiples, el número de difuntos documentados es mucho mayor, pero sólo de algunos de ellos se indica la edad, y no siempre se conserva la cifra completa. Los epígrafes múltiples aportan una información añadida de gran interés, tanto por su reutilización en sentido estricto (la diferencia cronológica entre el primer titulus y el último es testimonio claro del periodo de uso del soporte), como por su contenido, muy rico desde el punto de vista de la prosopografía, las relaciones de parentesco, o incluso las costumbres sociales. Sirva el ejemplo de una liberta que comparte inscripción con sus patronos y el hijo de éstos. Entiéndase, por tanto, mi acercamiento como una mera pincelada, que prescindirá, a sabiendas, de filiaciones onomásticas (es decir, si el fallecido porta o no los tria nomina , indicativo de ciudadanía), categoría social (no creo que sea necesario insistir en la mayor mortalidad que debió afectar a las clases más bajas, o a algunos oficios), origen étnico (muchos cognomina son griegos, sin que ello implique necesariamente esa procedencia), o que se comparta o no lápida. Incluyo tanto las inscripciones de procedencia urbana como las recuperados en el territorio de Corduba , sin discriminar que sean paganas o cristianas, a pesar de que la parte del león se incluye en la primera categoría, por remitir las segundas a fechas generalmente posteriores al siglo V.

La mortalidad infantil en esta época era altísima. En cambio, el reflejo epigráfico de los niños es relativamente escaso, y siempre posterior al siglo I d.C. Hasta tiempos de Augusto, los bebés y los niños de corta edad se enterraban de noche, con frecuencia bajo los propios aleros de las casas. Con posterioridad a esa fecha, la muerte prematura pasa a cobrar un dramatismo sin precedentes, del que son testimonio algunas de las expresiones epigráficas (carmina sepulcralia ) más intensas y desgarradoras del mundo funerario romano. Una costumbre que se constata de manera especial en la Bética, y dentro de ella en Corduba , que para eso fue su capital y espejo en el que mirarse durante cinco siglos. Entre los 10 y los 20 años, la inmensa mayoría de quienes dejaron reflejo epigráfico en piedra son jovencitas, fallecidas probablemente durante la gestación o el parto (la mujer romana solía contraer matrimonio en plena adolescencia). El pico se mantiene entre los 20 y 30 años, si bien en esta franja el equilibrio entre población masculina y femenina se hace más evidente. Entre las mujeres las causas fundamentales de muerte seguirían siendo las mismas, mientras que la curva de los hombres se ve matizada por el número elevadísimo de gladiadores caídos en la arena del anfiteatro, todos con menos de 30 años. Sólo Faustus, mirmillón, murió con 35 en los inicios del siglo II d.C. A partir de la treintena, el número de epitafios disminuye de forma significativa --cuando debería ser al revés, debido a la baja esperanza de vida (en torno a 35/45 años para mujeres y hombres, respectivamente), quizás porque el dolor era menor que cuando se trataba de una mors immatura , o porque los hijos fueron menos piadosos con sus padres que éstos con ellos. Aun así tenemos testimonios en todas las décadas, hasta superar incluso los cien años. Destaca, como caso curioso, por su longevidad, el matrimonio compuesto por Fabia Helpis , de 70 años, y Lucius Vibius Polyanthus , sixviro, de 90. No hay ninguna mujer que viviera con seguridad por encima de los 80 años; y con esta edad sólo se documenta una, Alethia , del siglo II. En cambio, Valerius Fortunatus , marmolista, calificado por sus descendientes como "hombre bueno", vivió hasta los 98; Domitius Isquilinus Graecus , maestro de gramática, 101, y otro individuo de nombre, sexo y oficio indeterminados, 106 ("aproximadamente"), todos ellos en los siglos centrales del Imperio. Son los que Luciano (s. II d.C.) llamaba makrobioi , o de larga existencia. Tal vez su longevidad sea síntoma de la alta calidad de vida que entonces se disfrutaba en la Bética, si bien resultan, como hoy, excepcionales. En cualquier caso, no debemos descartar que una parte importante del reflejo epigráfico se haya perdido por haber sido realizado sobre soportes perecederos (no pétreos); lo que significa que la información disponible representa sólo una muestra de la que debió ser una realidad mucho más compleja.

* Catedrático de Arqueología