Más allá de los valores literarios de la obra del escritor egabrense Juan Valera, en él destacan otras facetas, como las de diplomático y político. Reseñaré aquí algunos datos de su biografía, que recojo de la que sobre él escribió José María Garrido, Vida y obra de don Juan Valera (1824-1905) . Valera fue diputado y senador en varias legislaturas, entre ellas la de las Constituyentes de 1869, donde participó en los debates constitucionales con una propuesta acerca de cómo se debía regular la libertad religiosa: "Todo español puede seguir la religión que juzgue verdadera y ofrecer públicamente a Dios el culto que su conciencia le dicte, sin más limitaciones que las reglas universales de la moral y del derecho. Todo extranjero en España gozará de la misma libertad". El resultado final no coincidió con su propuesta, y en un trabajo posterior lo comentaría de este modo: "¿Cómo no lamentar el modo de introducir la libertad religiosa en la constitución futura? ¿Cómo no confesar que dicha libertad entra en la Constitución por una puerta falsa y de un modo furtivo y vergonzante?". Dos años después, en 1871, tendría varias intervenciones parlamentarias en polémica con las posiciones de los sectores neocatólicos, se definía como católico a la vez que liberal, una posición ideológica que defendía frente a las críticas que llegaban desde los grupos más reaccionarios del catolicismo.

Años después, Valera anda a la búsqueda de una Embajada que le permitiera salir de una difícil situación económica, aspiraba a ir al Vaticano. Corría el año 1892, pero antes de que la Santa Sede concediera el plácet los sectores conservadores se hicieron eco de la pretensión del Gobierno y desacreditaron al escritor por su condición de anticatólico. El daba cuenta de ello a su amigo Menéndez Pelayo en enero de 1893: "En suma, cuando recuerdo y releo y considero lo que he escrito, me parece imposible que el papa me rechace para embajador. Claro está que podrá hallarme más o menos creyente o más o menos pecaminoso, pero de eso no se trata, de esto daré yo cuenta a Dios en el tribunal de la penitencia, como quiera que sea". El Nuncio en Madrid intervino en su contra, e incluso mantuvo una entrevista con él: "Me hizo el Nuncio tan pueriles observaciones sobre Pepita Jiménez, que ya me cansé y le dije que no había para que él se cansase, que yo desistía de ir al Vaticano". Como contrapartida, fue enviado como embajador a Viena, la capital del Imperio Austrohúngaro.

Una manera de actuar opuesta, más de un siglo después, fue la del Gobierno de Rodríguez Zapatero cuando en 2008 decidió proponer como presidente del órgano de gobierno del poder judicial a Carlos Dívar, cuyas posiciones conservadoras, así como sus vínculos a un catolicismo reaccionario, eran bien conocidos. Resulta obvio que en un Estado de Derecho no cabe la discriminación por esos motivos, y en consecuencia nada habría que objetar desde un punto de vista teórico a su nombramiento. Ahora bien, cuando las creencias llegan a ciertos extremos nos deben hacer dudar de la capacidad de una persona para el desempeño de algunas funciones. Así, hemos podido ver casos de docentes en los que resultaba incompatible la defensa de sus creencias con las imprescindibles argumentaciones científicas de una determinada materia. En consecuencia, no se entiende cómo podía ejercer sus funciones quien tras una visita a la cueva de El Soplao , en Cantabria, después de escuchar las explicaciones de su guía acerca de esa interesante formación geológica, explicable desde el punto de vista científico y objeto permanente de investigación, escribiese en el libro de visitas: "Maravillado por la gran creación de Dios". Valera no era incompatible con el Vaticano, Dívar quizás sí con la presidencia del Tribunal Supremo.

*Catedrático de Historia