A veces tenemos noticias de cómo un niño lucha por continuar su infancia en medio de una catástrofe, de un anciano que lucha contra su depresión para poder prorrogar el seguir siendo quien fue hasta ahora, de una madre en paro que se pasa los días buscando trabajo mientras libra su propia lucha contra el desánimo y la desesperación. De luchas contra la injusticia, por el amor a alguien, por la familia, por superarse, contra la enfermedad, por tener un futuro, contra una adicción, por una meta...

En la famosa película de Roberto Benigni La vida es bella , nos emocionó la lucha de su protagonista por salvar del sufrimiento a su hijo de corta edad transformando para él en un juego la crudeza del campo de exterminio nazi en que estaban recluidos.

Ninguna otra especie lucha como nosotros. Pelean, defienden, agreden pero no luchan en el sentido que le da el ser humano. No llegan a algo tan complejo. Nosotros sí.

Nosotros podemos combatir contra algo o alguien para estar luchando con otro algo u otro alguien. Podemos luchar hasta contra nosotros mismos. Tendemos a simplificar nuestra lucha con aquello que hacen el resto de las especies: pelear, defender, agredir... pero nuestra lucha va más allá, en todo combate hay otro importante trofeo enmascarado ajeno a la contienda. En un momento dado pelea y lucha pueden ser simultáneas, pero pelea, defensa y agresión son visibles y la lucha es imperceptible. La pelea requiere condición física o habilidad en manejo de armas, la lucha no, se puede luchar con el trabajo, la actitud, el ejemplo, la entrega, la presencia, la palabra... Es posible llegar a encontrar más capacidad de lucha en un niño que en un soldado. Cualquiera recordará el ejemplo de Gandhi como un gran luchador, un gran luchador contrario a pelear.

En la lucha humana el enemigo, aunque en ocasiones lo encarnemos en algo o alguien, es figurativo y representa aquello que individualmente y en un contexto concreto conceptuemos como lacra, obstáculo o adversidad para con cierto estado o situación ideal. Lo podemos encontrar fuera o dentro de nosotros mismos. Carencia, debilidad, enfermedad, adicción, soledad, opresión, peligro, pensamiento o cualquier otra traba a ese anhelo.

La lucha requiere siempre establecer dos frentes sucesivos. En primer lugar el individuo tiene que vencerse a sí mismo; temores, debilidades, incapacidades, desconfianzas, inconstancias... para después, como vencedor de este primer estadio, poder enfrentarse a aquello que le atenaza, le oprime o se interpone. Decía el político francés André Malraux: "El verdadero combate empieza cuando uno debe luchar contra una parte de sí mismo, pero uno sólo se convierte en un hombre cuando supera estos combates".

Aunque varíe en intensidad, la lucha debe ser un estado constante en la persona. Normalmente se tienen distintos frentes abiertos. El poeta alemán Bertolt Brecht lo expresaba así: "Hay hombres que luchan un día y son buenos, otros luchan un año y son mejores, hay quienes luchan muchos años y son muy buenos, pero están los que luchan toda la vida, y esos son los imprescindibles.". El motor que impulsa la lucha son los valores en los que cree el individuo, otro concepto propiamente humano, intangible y simbólico.

Ideales autoconstructivos con los que cimentar una libertad en la que basar su dignidad. El jurista alemán Rudolf von Ihering afirmaba que el Derecho que no luchase contra la injusticia se negaría a sí mismo. Se puede leer en su obra La lucha por el Derecho (Der Kampf ums Recht que "todo Derecho en el mundo tuvo que ser adquirido mediante la lucha", habla de la lucha como un deber ético del propio individuo. Esto viene a corroborar que el ser humano necesita y se ve obligado a estar permanentemente en lucha sin que su empeño se vea afectado por derrotas ni victorias.

Como ya se ha dicho, ya sea para lograr o mantener, la lucha debe ser constante. En palabras del escritor portugués José Saramago: "La derrota tiene algo positivo, nunca es definitiva. En cambio la victoria tiene algo negativo, jamás es definitiva.".

En estos momentos la recientemente famosa prima de riesgo alcanza niveles que hacen que la palabra emergencia se vaya oyendo con una frecuencia alarmante, el paro va dejando de ser noticia y convirtiéndose en una situación dramáticamente habitual, los políticos escenifican dudosos enfrentamientos mientras se arropan al destape de sus cuestionables y generalizadas acciones pasadas que nos han conducido hasta aquí... pero los analistas más o menos serios de la crisis no dejan de reiterar que, al margen de esta crisis económica real, existe un generalizado estado emocional de crisis que hace aun más grave el problema.

Se exige afrontar la lucha que requiere salir de esta situación y el primer paso comienza por enfrentarnos individualmente a nuestra propia sensación de impotencia para controlar el rumbo de nuestro futuro y recuperar esa imprescindible credibilidad personal en nuestras capacidades que nos puede permitir a cada cual en su terreno luchar para aportar al menos un granito de arena a su solución.

*Antropólogo