Acaban de cumplirse días pasados, entre los días 5 y 8 de junio de 1962, el 50 aniversario de la reunión en la ciudad alemana de Munich del IV Congreso del Movimiento Europeo, marco que fue utilizado por un sector importante de la oposición interior y exterior a la dictadura franquista para discutir la situación política de nuestro país, así como para evaluar los posibles horizontes de una futura integración española en las instituciones europeas. Dada la naturaleza y contenidos que adquirieron los debates, la reunión del ME fue enseguida bautizada por el franquismo más recalcitrante como "contubernio de Munich". En él iban a participar, si exceptuamos al PCE, la mayor parte de los sectores (socialistas, monárquicos liberales, socialdemócratas, nacionalistas, democristianos) que, de forma más o menos abierta, venían planteando sus críticas a la permanencia de la dictadura, que no cejaba en su empeño de continuar con su proceso de consolidación institucional, con la consiguiente restricción de las libertades, de represión de los derechos, como las huelgas de la primavera en la minería asturiana habían demostrado en los meses precedentes; el "estado de excepción" declarado, por enésima vez en mayo de ese año, para hacer frente a las luchas sindicales y políticas de los mineros era una clara demostración de que el franquismo no estaba dispuesto a ceder.

Y es que el desarrollo de las sesiones del Congreso del Movimiento Europeo tuvo como uno de los objetivos esenciales la aprobación, como así fue, por parte de los 118 delegados españoles asistentes a los que presidió el ilustre historiador Salvador de Madariaga, de una resolución en la que se ponía énfasis en que era una exigencia irrenunciable para la integración en Europa, la instauración en nuestro país de instituciones representativas y democráticas, la efectiva garantía de derechos y libertades, el reconocimiento de la personalidad política de las diferentes nacionalidades, el ejercicio de las libertades sindicales, la organización de corrientes de opinión y partidos políticos, es decir, todo aquello que la dictadura franquista venía radicalmente negando desde su triunfo en la Guerra Civil y que eran sistemáticamente despreciados en su defensa alternativa de los principios y valores de la llamada "democracia orgánica" planteada por el Estado del "18 de julio". Lo importante de la reunión de Munich era que, por vez primera desde el fin de la guerra, se reunían para debatir sobre la situación política española generaciones que habían hecho la guerra y quienes eran más jóvenes, igualmente, tanto representantes de sectores que habían estado con los vencedores de la contienda con quienes habían optado por el exilio o por la oposición clandestina interna. De manera que junto a Madariaga, Llopis, Vidal Beneyto, J. Federico de Carvajal, M. de Irujo también cobraron un especial protagonismo Gil Robles, J. Satrústegui, F. Alvarez de Miranda, Jaime Miralles, Dionisio Ridruejo, Prados Arrarte, entre otros, que lograron consensuar un documento en el que expresaban su firme convencimiento de que la inmensa mayoría de los españoles deseaban la evolución prudente y pacífica hacia un régimen de libertades y de democracia.

Sin embargo, como era de esperar, la dictadura reaccionó al denominado "contubernio" de la peor de las maneras. A la vuelta de los delegados que vivían en el interior, muchos de ellos fueron detenidos, desterrados o confinados lejos de sus domicilios; el mismo día 8 de junio la Jefatura del Estado publicó el decreto-ley 17/62 que, en su preámbulo, recogía que "dado que las campañas que desde el exterior vienen realizándose para dañar el crédito y el prestigio de España con la complicidad de algunas personas", se suspende en todo el territorio nacional el artículo 14 del Fuero de los Españoles, encomendándose además al Ministerio de la Gobernación "la adopción de las medidas que se consideren necesarias". El año 1962 continuó prolongando, de alguna forma, diversas dimensiones de oposición política y sindical a la dictadura franquista: a los conflictos en la minería se unieron en algunas comarcas, como ocurriera en nuestra región andaluza, importantes movilizaciones agrarias como los profesores Foeweraker y Martínez Foronda han tenido ocasión de demostrar. Por otra parte, las movilizaciones estudiantiles también afectaron a algunos de los distritos más importantes del país (Barcelona, Madrid, Valencia, Oviedo, etcétera), todas ellas intentando traer al frontispicio de sus reivindicaciones las mismas ansias de libertad y democracia que habían movido a los asistentes al contubernio muniqués y que, poco a poco, se iban extendiendo entre determinados sectores, aún minoritarios, de la sociedad española. Como decimos, el enroque del franquismo fue la respuesta a este intento de cuestionar la dictadura: Franco recompuso su gobierno a primeros de julio del que salía su "eterno" ministro de Información Arias Salgado, que sería sustituido por Manuel Fraga Iribarne, al tiempo que se promocionaba a otras personalidades de la dictadura (Muñoz Grandes, Carrero Blanco, Camilo Alonso Vega, Nieto Antúnez, Solís Ruiz, etcétera.), que no tardarían en demostrar su dureza: en noviembre de 1962 sería detenido el dirigente comunista Julián Grimau, fusilado pocos meses después, y lo que es igualmente importante, ante el empuje que por aquellos momentos planteaban un sector de la clase obrera y determinados sectores políticos, a partir de 1963 comenzaba a funcionar el siniestro Tribunal de Orden Público convertido, desde ese momento y hasta el final de la dictadura, en un instrumento represivo que venía a sustituir, de forma mucho más eficaz, a las propias instancias represivas (responsabilidades políticas) procedentes de la guerra civil. De esta forma, este espíritu democrático y conciliador que se proyecto en Munich y que, en alguna medida, nos recuerda ciertos planteamientos desarrollados durante la transición democrática debió guardar sus impulsos para mejores tiempos.

* Catedrático Historia Contemporánea