Menos mal que los telediarios dejan huecos para noticias "raras" que nada tienen que ver con Dívar, el Banco Central Europe, la inevitable y socorrida prima de riesgo o el ministro De Guindos, que se parece a Chiquito de la Calzada --el humorista andaluz que se ha inventado una jerga, unos andares y una forma de narrar los chistes con la que ha contribuido más que cualquier estirado a un estado nacional de bienestar proveniente de la carcajada--. Digo que menos mal que el telediario, en estos tiempos de semblante serio y preocupación contínua, habla de la secuencia del genona del tomate, de su sabor y longevidad y de cómo su historia está ligada a los vaivenes del universo, desde los tiempos de los dinosaurios hasta el último temblor de las entrañas de la tierra en la provincia italiana de Bolonia, muy académica y de color rojo. La economía y su lata diaria de mercados y bolsas nos está volviendo faltos de imaginación para abrir periódicos, telediarios o informativos con la vida, que es, según el BCE y Angela Merkel, lo que ocurre cuando cierran los parquets. Por eso, que se hable del tomate resulta tan entrañable que nos hace creer en la inocencia del género humano, esa que vive, sobrevive y ayuda a vivir con sus tomateras, huertos y surcos de fecundas cosechas a una parte de la humanidad. Los mercados tendrán mucho poder y los banqueros cobrarán las mayores pensiones del universo. Pero ni el dinero, ni los bonos, ni el Ibex 35, ni el Dow Jones se comen. Las noticias de que se está estudiando el genoma del tomate y de que en Córdoba se ha cerrado la mayor cosecha de aceite de oliva nos reconcilian con nuestra forma de pensar de antes de la crisis. La avaricia bankera está reñida con la belleza nutritiva de un atardecer de tomate con aceite y sal.