El histórico desvarío del conocido monarca francés que confundió el Estado con él mismo no deja de tener, obviamente en tono menor, renovadas traducciones. Ese impulso del ego sigue siendo uno de los inevitables vicios que genera cualquier tipo de poder en quienes lo consiguen con tan incansable reiteración que llegan a parecer sus titulares sine die , por muy periódica, transparente y democrática que haya sido su elección. Por méritos propios y deméritos ajenos, el presidente de la Confederación de Empresarios de Córdoba se encuentra en semejante situación de poder y riesgo, después de sus casi dos décadas al frente de dicha corporación. Resulta comprensible, por ello, e incluso sorprendente, que solo de vez en cuando le rebrote la tentación de confundir el todo con la parte, en una de esas puntuales ocasiones en las que le da por creerse Luis CECO, cuando en realidad se llama Luis Carreto.

El último ejemplo nos lo ha ilustrado con sobrada vehemencia en la falsa polémica o en la farsa dialéctica que ha sostenido con el alcalde, José Antonio Nieto, en los últimos días. El guión ya está contado y no es este el lugar para medir la razón de cada cual, porque, entre otras cuestiones, aquí las formas han superado la importancia del fondo.

Por mucho que se retuerza la interpretación, no se entiende que la crítica del alcalde traspasase el ámbito de la relación empresarios-Ayuntamiento, ni pusiese en duda el proceso electoral de la Corporación o la indiscutible legitimidad democrática de su elección como presidente. En comprensible defensa propia y con más decisión que tino, solo cuestionaba el acierto con que Carreto ejercía su posición como representante global del empresariado cordobés a la hora de valorar --con todo su derecho, también-- el primer año del nuevo gobierno municipal. Cierto que la de Nieto fue una réplica inusual en su contundencia, inesperada para su destinatario, pero dentro de los obligados límites del respeto y la libertad de expresión.

Lo que por demás ha sobrevenido --esa convocatoria extraordinaria del Comité Ejecutivo de CECO "para dar una respuesta"-- forma parte del citado vicio de mezclar la institución con las personas para convertir en conflicto institucional lo que solo es un puntual desencuentro entre dos personajes de obligada responsabilidad pública. Solo falta que cunda la fórmula y Fernández de Mesa --por poner un ejemplo-- convoque el pleno de la Cámara cada vez que alguien cuestione públicamente sus criterios.

Si nunca lo fue, mucho menos en estas circunstancias puede ser de recibo elevar a colectivos los desencuentros particulares, ni utilizar a toda una corporación para escaramuzas verbales, si no se quiere caer en el riesgo de devaluar la función de cualquier ejecutiva.

No obstante, da la impresión de que alguien se ha dado cuenta del despropósito, a juzgar por el bajo perfil del mensaje enviado y la obligada llamada al diálogo con la que, quizás, el propio Carreto haya querido aliviar tan desproporcionado impulso.