Hay semanas en las que tengo la sensación de que el mundo es un concierto barroco, como aquel mundo que añoraba Alejo Carpentier. Otras, en cambio, percibo la convulsión, el olor a caos imprevisto de un concierto rockero. La música, ese ente sublimemente abstracto, ordena o desordena las coordenadas de mi geografía sentimental, rara mezcla de mapas personales para los que no necesito brújula y mapas-mundi en los que mis fronteras se desdibujan y se pierden en una serie de laberintos enigmáticos. De pronto paso de la nostalgia a la prevención. El exceso de información de la mente humana produce desajustes en la visión del mundo en las crisis del tiempo. La irresistible ascensión de los nazis en la Europa de las elegías económicas se produce, al socaire de la crisis que pagamos los pobres, cuando se pasa del estado de cabreo ante las políticas y los políticos al estado de desesperación, como está ocurriendo en Grecia o al estado de máxima conservación como en Holanda, en Austria y en parte de Francia. El enemigo es el otro, la herencia sartreana, el infierno es el otro, el emigrante, el diferente, alguien a quien culpar de lo que está pasando. Vuelven aquí y allá los viejos fantasmas del pasado que convirtieron a Europa en un jardín de cadáveres. La situación es muy propicia porque toda la Europa que gobierna desde Bruselas es de derechas. Y aunque sea capaz en ocasiones de vestirse culturalmente con la adecuada vestimenta de Shakespeare, la mayoría del parlamento europeo no es la duda inteligente de Hamlet sino la codicia de miles de mercaderes de Venecia. ¿En quién descansa ahora el verdadero poder europeo? En una serie de tecnócratas travestidos de políticos que no saben qué hacer con sus ideas, si es que las tienen. En Grecia, donde nació la filosofía, el ágora se quedó tantas veces desierta como el foro. Políticos irresponsables aprovecharon la cobertura del euro para trapichear con las coordenadas de la codicia en una maratón de pillerías mutuas: tu me engañas a mí y mañana, si puedo, yo te engaño a tí, mientras el Estado nos engaña a todos. Todo valía en esa carrera de pillos simbólica que dió lugar aquí y allí a esa lamentable frase de los políticos del PP diciendo que todos habíamos vivido por encima de nuestras posibilidades. Habrá vivido así usted, señor mío, porque, que yo sepa, mientras usted vivía así aumentaban cada año las desigualdades y los pobres sólo conocían la política del jabón, que consiste en estar disminuyendo siempre. Hoy ustedes, señores del PP con mayoría absoluta prestada por nuestros santos inocentes, acaban de darnos la noticia que estábamos esperando. No solo se conforman con la política del donde dije digo, digo diego, con todo el cinismo del que son capaces. No solo se conforman con la mentira como arma de persuasión masiva de nuestros santos inocentes que les prestaron su voto sino que anuncian que se acabó la neutralidad en RTVE. Que el modelo televisivo que quieren imponer al resto de España es el de Telemadrid , Intereconomía y la Televisión Valenciana. La calle es mía, la tele es mía, España es mía, estamos ya hartos de sus impropias propiedades, del sentido patrimonial que tienen ustedes los de derecha, de España, de la bandera, del himno, de todos los símbolos de todos y ahora de RTVE. Expertos como son en manipulaciones volveremos ahora como antaño a la perversión mediática de la televisión de todos, que llegará a extremos ridículos cuando la noticia vuelva a ser convertida en panfleto político a favor de los buenos, que son los de derechas, y en contra de los malos, que somos los demás. Costó mucho pactar un modelo de televisión pública estilo BBC. Y ahora que se había conseguido tiene el PP la acuciante necesidad de romper el modelo de neutralidad en beneficio propio.

RTVE había logrado superar en audiencia a todas las televisiones privadas con ese modelo de televisión pública. La programación de la 2 se había convertido en todo un lujo cultural.

Dentro de poco comenzará la nueva etapa del programa Vamos a contar mentiras . Cambiemos, pues, de canal.

* Poeta