De nuevo miembros de la jerarquía de la Iglesia Católica, como recientemente el señor obispo de Córdoba, solicitan a la ciudadanía que paga impuestos que deriven una parte del dinero de todos y todas a sus arcas, con el simple procedimiento de marcar un cuadrito en el formulario de la declaración. Porque ese 0,7 por ciento que podemos decidir dedicarle a la Iglesia o a fines sociales, no lo pagamos "además" de lo que nos corresponde aportar, por tanto no nos pertenece. Y es anormal e injusto que un Estado permita que cada contribuyente pueda asignar una cantidad de dinero público a organismos o instituciones privadas; podría ampliarse a asociaciones de fútbol, peñas, partidos, sindicatos, clubes privados... Un Estado serio, máxime en unos momentos de crisis, debería velar por el pago de todos los impuestos, persiguiendo el fraude y las exenciones, como los cientos de millones perdonados a la Iglesia Católica (IBI, IRPF y otros) y denunciado por la Unión Europea, y dedicarlos a los millones de parados y familias sin ingresos.

Pero la campaña publicitaria recaudatoria del señor obispo utiliza argumentos que atacan a la inteligencia y los fundamentales principios morales, cuando pretende justificar con las obras sociales y de caridad, para las que la Iglesia recibe específicamente subvenciones de aproximadamente 3.000 millones de euros, los millones (10.000) que recibe anualmente del Estado. Sin contar todas las riquezas acumuladas y el inmenso patrimonio que incrementa a diario, en muchos casos con el simple acto de "apropiarse" y "poner a su nombre" bienes públicos no registrados con la única acta notarial del obispo.

El Jesús de Nazaret que presentan los evangelios estaría orgullosísimo de ver esta Iglesia moderna, con miles de palacios y lujosos templos, con riquezas incalculables, creando y controlando bancos y empresas mediáticas e invirtiendo en bolsa y cobrando "los diezmos" de una sociedad empobrecida, pero que da alguna limosna. Como en la Edad Media, como en la gloriosa época del Nacionalcatolicismo.

La verdadera caridad es el reparto justo de las riquezas y el único uso justo de la recaudación del IRPF, pagando más los que más tienen y sin derivar a ninguna "casilla" es el de dedicarlo a aplicar medidas institucionales organizadas para facilitar la integración real de las personas más afectadas por la crisis.

* Córdoba Laica