La cumbre informal de la UE del miércoles sirvió para constatar dos extremos: que Europa parece dispuesta a no dejar caer a España (aunque no le va a dar muchas facilidades) mientras se dirime un enfrentamiento, cada vez más abierto, entre los bandos que lideran Alemania, que sigue insistiendo en el control prioritario del déficit, y Francia, que apuesta por relajar los controles impuestos para impulsar políticas de crecimiento. En lo que a España respecta, no hubo declaraciones formales ni explícitas, pero el presidente Rajoy salió con la certeza de que nuestro país se ha alejado un poco del abismo. El mensaje que se ha transmitido es que la UE no va a permitir que España caiga y tenga que ser rescatada, en la certeza de que esa sería la peor de las noticias para una Eurozona ya convulsa por el temor a que Grecia salga del sistema euro. Todo apunta a que el Banco Central Europeo (BCE) volvería a comprar bonos españoles o aportaría liquidez a nuestro sector financiero si persiste la presión sobre nuestra deuda, y es que Rajoy esgrime que España está haciendo sus deberes para, llegado el caso, reclamar esta ayuda de un BCE que ya ha intervenido en dos ocasiones para evitar una crisis mayor ante los continuos ataques especulativos. Pero la verdadera cuestión de fondo en estos momentos es dilucidar qué línea de actuación se acaba imponiendo, si la más austera y restrictiva de Alemania o la apuesta inversora de Francia. Tras unos primeros tanteos, esta cumbre ha sido el primer choque directo entre ambos países desde la llegada de Hollande al Gobierno francés, constatándose con preocupación que Europa se resquebraja en dos bandos en plena crisis, cuando la unidad es más necesaria que nunca.