No se sabe qué ha sacado Rajoy de sus reuniones en Chicago. Que España necesita ayuda lo saben todos. Habrá que ver qué nos dan y cuándo llega. Rajoy no ha dicho nada de eso. Ha callado para no parecer un pedigüeño y, a cambio, nos ha contado que lo que quiere es lograr la "estabilidad financiera", un propósito que suena a ridículo en un país cuya deuda privada y pública suma más del 330% del PIB y cuya banca tiene un agujero que podría ser de hasta 200.000 millones. Parece un tanto perplejo por la que está cayendo, no sabe cómo hacerle frente, no es el líder que haría falta, pero lo que hace, o no hace, adquiere sentido si se tienen en cuenta sus intereses como jefe del PP. Rajoy no quiere convencer a los españoles, lo que necesita es controlar a su partido. Y para eso no hacen falta discursos claros que den armas a los díscolos. Podría, sin embargo, respetar nuestra inteligencia. Su principal asesor ha proclamado que hoy el problema no son los sondeos, que el PSOE sigue sin levantar cabeza y que falta mucho para las elecciones. Ahora, además de plegarse a todo lo que pida Angela Merkel y esperar a ver cómo sale la cosa, lo prioritario es impedir que quienes desde hace años se la tienen jurada en su partido se fortalezcan al calor de sus fallos y tribulaciones. Hay más mar de fondo en el PP, y aledaños, de lo que se dice. No pocos dirigentes y bastantes más grandes empresarios echan pestes de Rajoy. No se conocen planes concretos para sustituirle, pero eso no quiere decir que no los haya. Para distraer a los más carcas, el Gobierno cambia la Educación para la Ciudadanía, tira contra el aborto y hasta saca lo del "Gibraltar español". Y para no echar más leña al fuego, no dice nada del déficit que ha ocultado Esperanza Aguirre. Aunque le llamen mentiroso en Bruselas. La de dentro es la pelea que más le importa. Y aún no la ha ganado.

* Periodista