Cualquiera que haya explicado o estudiado el siglo XIX europeo se habrá acercado, de manera inevitable, al conocimiento de ese movimiento artístico, literario e intelectual denominado Romanticismo. A la vez, se habrá percatado de la dificultad de explicarlo, al menos en el tercero de los ámbitos citados, dadas las contradicciones que rodean al término. Una de las obras más esclarecedoras en este sentido es la de Isaiah Berlin: Las raíces del romanticismo , un texto elaborado por Henry Ardy a partir de las conferencias dictadas por Berlin en Washington en 1965. Me interesa reseñar la primera parte, destinada a dar una definición, pues si para Stendhal era "lo moderno y lo interesante", Goethe lo consideraba "una enfermedad", frente a la cual cabía reivindicar lo "fuerte, fresco, alegre, consistente" del clasicismo, mientras que Nietzche lo veía como "una terapia, una cura para la enfermedad". Para Sismondi era la "unión del amor, la religión y la caballería", pero von Gentz (agente al servicio del canciller Metternich) sostenía que, junto a la reforma y la revolución, era "una de las cabezas de la Hidra". Para los marxistas fue "una huida de los horrores de la Revolución Industrial", y para Taine "una revuelta burguesa contra la aristocracia posterior a 1789".

Ante la dificultad de definirlo, Berlin se acerca a los críticos y estudiosos, y de nuevo se encuentra con un problema similar, de modo que el Romanticismo puede ser "lo exótico, lo grotesco, lo misterioso y sobrenatural", pero también "lo familiar, el sentido de pertenencia a una única tradición, el gozo por el aspecto alegre de la naturaleza cotidiana". Es identificado con "lo antiguo, lo histórico, las catedrales góticas, los velos de la antigüedad, las raíces profundas y el antiguo orden", y con "la búsqueda de lo novedoso, del cambio revolucionario, el interés en el presente fugaz, el deseo de vivir el momento, el rechazo del conocimiento del pasado". Lo encontramos tanto en "la soledad o los sufrimientos del exilio" como "en la feliz cooperación en algún esfuerzo común y creativo". Y en el mundo de la creación, es "el medievalismo estético de Chateaubriend, y también la abominación por el medioevo de Michelet... El culto a la autoridad de Carlyle y el odio a la autoridad de Victor Hugo". Hasta cuatro páginas utiliza Berlin en el enunciado de estas contradicciones, para concluir: "Es la belleza y la fealdad... Es fuerza y debilidad, individualismo y colectivismo, pureza y corrupción, revolución y reacción, paz y guerra, amor por la vida y amor por la muerte". Su propuesta, desarrollada en el resto de los capítulos del libro, consiste en analizar el conjunto de factores que confluyeron en el arranque del Romanticismo para tratar de explicarlo en sus manifestaciones posteriores.

He vuelto a leer el ensayo de Berlin hace unos días movido por las contradicciones que observo en la forma da actuar del Gobierno de Rajoy. No solo es que hayan adoptado medidas en contra de lo que planteaban durante la campaña electoral, sino que incluso se desmienten a sí mismos en los pocos meses que llevan gobernando. Todo ello respaldado con el argumento de que saben lo que hay que hacer y lo van a hacer, aunque no les guste hacer lo que tienen que hacer, y a pesar de que nuestro presidente llega a Estados Unidos y afirma que no sabe lo que ha dicho el presidente francés pero al mismo tiempo desmiente que conozca la situación de los bancos españoles. En un ejercicio de benevolencia, puesto que todos debemos colaborar en una situación de crisis, estoy dispuesto a aceptar que quizás los ministros y dirigentes populares sean todos unos románticos, de ahí sus contradicciones. Claro que no olvido la cita de Butler que le gustaba a Berlin: "Cada cosa es lo que es, y no otra cosa".

* Catedrático de Historia