El sustantivo Pentecostés, o el adjetivo pentecostal, están asociados en nuestro lenguaje a la fiesta del Espíritu Santo, o cualquier fenómeno o manifestación exuberante del espíritu. Sin embargo el origen de la palabra no tiene nada que ver con ello. El término pentecostés significa simplemente quincuagésimo, el día 50 después de otro anterior, que sirve de referencia. En nuestro caso, es una palabra heredada del calendario judío. Significa el día quincuagésimo después de la cosecha.

El libro del Exodo (34 22) es determinante: "Celebrarás la fiesta de las Semanas: la de las primicias de la siega del trigo". El nombre de fiesta de las Semanas procede del cálculo cronológico que se estableció para fijarla en el calendario. "Cuando la hoz comience a cortar las espigas, entonces comenzarás a contar siete semanas. Después celebrarás en honor de Yavéh tu Dios la fiesta de las Semanas" (Dt 16 9). El nombre original de fiesta de las Semanas fue modificado posteriormente porque en lugar de contar siete semanas (=49 días) se contaron 50 días, y de ahí que se le pusiera el nombre de Pentecostés, el día quincuagésimo a partir de la siega de la primera gavilla de cereal. Pentecostés era, pues, esencialmente una fiesta de acción de gracias por la recolección de los cereales. Ello significa que en la Palestina de entonces la recolección comenzaba a finales de abril; bastante antes que hoy en el valle de Guadalquivir.

Fue durante la celebración en Jerusalén de esta fiesta agrícola, cuando se produjo el fenómeno que nos cuentan los Hechos de los Apóstoles : "Llegado el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en que se encontraban" (Hech 2 1 2). Como consecuencia de ello, dice, "quedaron todos llenos del Espíritu Santo". Es a partir de este momento cuando se produce un cambio sustancial en la personalidad de los apóstoles, y cuando comienza, propiamente hablando, la existencia de lo que en adelante se llamará la Iglesia.

La palabra Espíritu responde a una terminología, más aún a una concepción de las relaciones transcendentales del hombre con Dios, que los escritores del Nuevo Testamento heredan de los del Antiguo Testamento. El término griego empleado en el Nuevo Testamento, pneuma , significa aire, viento, aliento, soplo. El término hebreo correspondiente es el de ruah , y significa lo mismo. A lo largo de toda la literatura del Antiguo Testamento se menciona el Espíritu de Dios, el ruah de Dios, como la fuerza por la cual Dios se hace presente en la historia de los hombres. Igual que otras veces se habla de su brazo o de su mano; también se habla de su aliento. Es un manera antropológica de expresar que Dios interviene en la historia humana.

Los héroes históricos de la nación israelita son presentados como poseídos por el espíritu, por el aliento de Dios; y, por ello, la fuerza de Dios se ha hecho visible en ellos. Por ejemplo, Sansón despedaza un león como quien despedaza un cabrito (Jue 14 6), o con una quijada de asno mata él solo a mil filisteos (Jue 15 14 15), porque el aliento de Yavéh lo invadió. Siempre que cualquier actuación humana sobrepasa los límites normales de la fuerza física o del conocimiento, los israelitas perciben la manifestación de Dios, de su Espíritu, en la persona que ha sido invadida por él.

No solamente son manifestaciones físicas extraordinarias las que se ponen de relieve por la presencia del Espíritu de Dios en los hombres. Actúa igualmente como una fuerza moral. El espíritu de Dios es una fuerza divina que dispone al hombre para el cumplimiento de la voluntad de Dios. Así, el libro de la Sabiduría dice que "el Espíritu Santo que nos educa, huye de la doblez, se aleja de los pensamientos necios" (Sab 1 5). Se le presenta como un maestro y guía (Sal 143 10). Es el Espíritu de Dios, desde dentro del hombre mismo quien le descubre el sentido de la vida, y la jerarquía de los valores.

Toda esta terminología, y concepción del Antiguo Testamento, la hereda Jesús en sus múltiples alusiones al Espíritu que enviará, al Espíritu que enseñará a los discípulos, y los fortalecerá. El Padre, dice Jesús, dará el Espíritu a los que se lo pidan (Lc 11 13); y Juan Bautista afirma de Jesús que ha recibido el Espíritu sin limitaciones (Jn 3 34).

En adelante, todos los escritores del Nuevo Testamento utilizarán el término Espíritu para referirse a la presencia espiritual de Dios en el creyente. "Se nos ha dado el Espíritu de Dios" (Rom 5 5); "el Espíritu de Dios habita en nosotros" (Rom 8 9); "somos guiados por el Espíritu" (Rom 8 14). Es una terminología heredada del Antiguo Testamento, si bien ya no se refiere a manifestaciones extraordinarias y espectaculares, sino a la vida moral y ordinaria de la persona conducida por Dios desde el interior de su alma.

* Profesor jesuita