Las voces bajan airadas por todas partes. No hay más que ponerse un momento a la escucha de los medios de comunicación para percibir cómo está el ambiente, a la vista del panorama y de los datos escalofriantes que nos acosan. Según la Comisión Europea, España no va a conseguir crecer nada este año y muy poco el que viene. La tasa de paro llegará al 25% y el objetivo de déficit superará en 2012 y 2013 el 6%. O sea, que los recortes hechos hasta ahora son insuficientes. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y tenemos que corregir severamente el rumbo. El paisaje no puede ser más desolador y el paisanaje no puede sentirse más pesimista y desairado. Surgen lamentos por todas partes, mientras se abre con fuerza y se amplía al máximo el abanico de las culpas y responsabilidades. El analista siempre fino y acertado, Luis María Anson, carga las tintas sobre los políticos y los sindicalistas como culpables principales, opinión compartida por otros columnistas que se inclinan por denunciar abiertamente la crisis política que vivimos, una crisis de la democracia, que nos despeña en el desencanto, la desilusión y el derrotismo. Pero quedarse sólo en echarle la culpa a otros es muy pobre. Cualquier movimiento que en este momento dificilísimo no reconozca y subraye el valor de cambio que hay en la persona, en el yo, en las comunidades que nacen desde abajo, que no genere una respuesta positiva y constructiva --eso es la responsabilidad--, acrecienta la humillación. Es degradante refugiarse en la queja y en la resignación, acaso en la violencia. Lo que urge recuperar es el protagonismo de la persona en la construcción social, generación de empleo, desarrollo de oportunidades, atención al otro a través de la caridad, en una articulación de cuerpos intermedios que cuestione el excesivo protagonismo de los partidos. Esa es la clave verdadera.

* Sacerdote y periodista