El próximo domingo la Iglesia Católica celebra la Jornada Mundial de las Comunicaciones Sociales, y con tal motivo el obispo de Córdoba, Demetrio Fernández, mantendrá hoy un encuentro con los periodistas en el Palacio Episcopal. Suele ser ésta una cita distendida con el prelado, que ya invitó el pasado año por estas fechas a la prensa siguiendo la costumbre de su antecesor, Juan José Asenjo, hoy arzobispo de Sevilla. Una reunión con refrigerio de por medio en la que el obispo, rodeado de sus colaboradores --algunos de ellos también comunicadores no solo de la palabra de Dios, sino de la actualidad cercana-- pone de relieve el valor de la transmisión de la verdad en un mundo azotado por falsedades e injusticias.

Esa es la misión de los informadores, sean cuales fueren sus creencias religiosas, y a ella procuramos responder en nuestro día a día. Pero también es el empeño de algunos sacerdotes que han sabido ver en las páginas de un diario o en los micrófonos de la radio un púlpito amplificado. Sin ir más lejos, tenemos en este periódico varios ejemplos elocuentes, desde el periodista Antonio Gil o el jesuita Jaime Lóring a Pablo Moyano Llamas, fallecido el pasado lunes a los 80 años, que tan honda huella deja en esta casa. Párroco y sabio local de Montemayor desde hace medio siglo, además de académico numerario, a este cura de trato afable y lúcida mente le gustaba traer en mano sus folios escritos a máquina antigua. Llegaba siempre acompañado por "el comandante", José Jaén, su amigo y chófer. Y se paseaba por la Redacción con su sotana raída, y tan llena de lamparones que se hubiera sostenido sola en pie, revolucionándola con sus bromas y ocurrencias, lanzadas a voz en grito. Fue tan buen sacerdote como comunicador. Se le echará de menos.