A nadie que haya vivido en la capital cordobesa se le escapa que en ella el mes de mayo tiene características muy peculiares. Sin embargo en mi caso, tras una estancia de más de veinte años, no he sido capaz de encontrar un punto de interés, quizás por defecto mío, con ninguna de sus celebraciones, ni cruces, ni patios ni feria. Para el mes de mayo tengo otras referencias, que ni siquiera tienen su anclaje en las ya míticas del 68 en Francia, pues por mi edad aún no era capaz de tomar conciencia de lo que aquello significó, si bien poco después se convirtió en el objeto del deseo de tantos jóvenes a quienes nos parecía que ese tipo de acontecimientos eran imposibles en nuestro país, pues pensábamos que nunca llegaría el final de aquella dictadura que tanto hizo por hacernos creer que éramos diferentes al resto de Europa, si bien nunca explicaba que dicha diferencia era consecuencia de errores históricos en el periodo contemporáneo, cuyo origen se localiza en la monarquía absoluta de Fernando VII, y cuyo epígono era la dictadura franquista.

Por encima, pues, de mitos y de fiestas, pensar en mayo me conduce de modo inexorable a una evocación de la infancia, al frescor de las mañanas de mayo, cuando aún no había alcanzado la decena de años y me levantaba para acudir a misa en el colegio, no olvidemos que era el mes de María, y luego acompañado por mi hermana íbamos a comprar jeringos (no churros) para desayunar. Después me daba tiempo a repasar la lección del día; por la tarde acudíamos todos, niños y niñas, a la capilla donde se hacía una ofrenda floral realizada cada día por un grupo diferente, acompañada del rezo del rosario. Eso sí, esto último con la letanía en latín, con palabras que a mí me parecían bellísimas, aunque aún no sabía lo que significaban. Destacaba la expresión coral del Ora pro nobis , que además podíamos leer en la verja que en la capilla delimitaba el recinto de un mausoleo.

A esas sensaciones infantiles se le unió, durante el bachillerato, la de pasear por el parque a primera hora de la mañana, cuando los jardineros comenzaban a regar para aprovechar el frescor de la mañana, cosa que he recordado, mientras paseaba por los mismos lugares, el pasado domingo. En el tiempo de mis paseos adolescentes ya había desarrollado la costumbre de memorizar algunas de las poesías que aparecían en nuestros libros de bachillerato, entre otros el romance anónimo del prisionero, tan conocido y citado, cuyo primer octosílabo es: "Que por mayo era por mayo", para describirnos luego las características agrícolas y climatológicas del mes y explicar cómo lo vivía un prisionero, quien no sabía acerca del día o de la noche "sino por una avecilla/ que me cantaba al albor". Esa referencia a las aves la encontré años después en los versos de otro preso, en este caso político, Marcos Ana, quien les dice a Alberti y a María Teresa León que su vida la puede contar en dos palabras, un patio "y un trocito de cielo por donde a veces pasa/ una nube perdida y algún pájaro/ huyendo de sus alas"; y también en su poema titulado ¿La vida?1, donde solicita: "Decidme cómo es un árbol./ Contadme el canto de un río,/ cuando se cubre de pájaros".Eso es lo que yo veo cada día en las mañanas de mayo, la arboleda de un río donde solo se escucha el canto continuo de los pájaros. Por ello, me siento afortunado en estos tiempos de crisis, cuando por mayo atravesamos una coyuntura tan difícil. Seguiré con mis recuerdos, pensaré con Blas de Otero que nos queda la palabra y meditaré acerca de cómo exigir a nuestros representantes públicos, a nuestros gobernantes, que eviten, como en el romance, la presencia de un ballestero que acabe con la esperanza colectiva, pues no quiero, como el prisionero, desearle a nadie: "Déle Dios mal galardón".*Catedrático de Historia