El movimiento del 15-M quebró el pasmo en el que la sociedad española y la de otros países se encontraba ante la sacudida económica y las drásticas medidas para sostenerse de pie. La mayoría eran jóvenes que no correspondían al patrón tipo de revolucionarios sino que reclamaban una larga lista de cambios, como una nueva ley electoral o la dación en pago que no representaban un cambio de sistema sino su reforma. Su objetivo no era convertirse en un movimiento político en competición con los existentes en las urnas. Esa falta de ambición de buscar un canal para reconvertir su grito de guerra, "no nos representan", ha dejado sin proyección su importante movilización y todas sus propuestas políticas y sociales al año de su mediática implantación el la Puerta del Sol de Madrid.

Sin rostro pero con marca, en una simbología tipo de las nuevas tecnologías, el movimiento sobrevive en la red y en los barrios mientras envejece ante el ensanchamiento de una base social cada vez más movilizada y afectada por las políticas de austeridad. El ejemplo de reflexión y manifestación pacíficas, como fue en la mayoría de ocasiones, es lo que debería quedar en el recuerdo de la mayor movilización vivida en democracia en España. A tal fin hay que huir de los violentos y de los que buscan la confrontación al negarse a establecer un diálogo con el 15-M que quiere festejar su aniversario. No hay que dar más motivos para la indignación.