Eran tiempos de mi juvenil mocedad. Eran tiempos en que los cordobeses y foráneos podíamos subir a la torre de nuestra Mezquita-Catedral. También eran tiempos en los que incluso los chavales jugábamos a la pelota en los corredores del Patio de los Naranjos, teniendo que correr muchas veces de los guardias que intentaban detenernos: como aquella vez en que los mayores del barrio tiraron a un guardia de la "escupiera", o casco blanco, al mismísimo pilón de la Fuente del Olivo.

Después, vino el cierre, la restauración, y lo de visitar la torre pasó a la historia sin saber porqué. Por eso, creo que ya es tiempo de saber la razón y solucionar el problema, para que así podamos visitar todos este sin par monumento; los cordobeses tenemos derecho a ello.

Pero veamos algo sobre la historia de nuestra emblemática torre de la mano de Pedro de Madrazo (1816-1898): "Vemos primeramente a un sabio e intrépido arquitecto del califa An-Nasir (Abde-r-Rahman III) demoler el antiguo alminar, y levantar en su lugar otro cuya mole, de considerable altura, no tiene igual en el mundo por su distribución y proporciones.

Se emplearon en echar sus cimientos cuarenta y tres días, profundizándolos hasta encontrar agua. Trece meses duró la construcción de la soberbia torre, toda de piedra franca y mortero, y de tan singular artificio por dentro, que conteniendo dos ramales de escaleras en una sola caja, pueden las gentes subir por uno y otro sin verse hasta llegar arriba, contando con ciento siete peldaños en cada ramal.

Esta elegante almenara que el pueblo cordobés contempla absorto, mide cincuenta y cuatro codos desde su arranque hasta la parte superior del domo abierto, al cual vuelven la espalda los almuedanes que convocan a la oración girando por el balcón saliente, cuya graciosa balaustrada ciñe en derredor los cuatro muros como un ligero anillo; y desde este balcón corrido hasta el remate, levante otros dieciocho codos, coronándose con tres hermosas manzanas, dos de oro y una de plata, de tres palmos y medio de diámetro cada una, de las cuales parten dos gallardos lirios de seis pétalos que sostienen una granada de purísimo oro. (Para las torres que se construían en el décimo siglo en la Europa Cristiana, no dejaba de ser extraordinaria la altura de 72 codos dada al alminar o zona de Córdoba).

Esta torre existía aún en tiempo de Ambrosio de Morales, que ligeramente la describe. Quebrantada, primero, por la osadía de un arquitecto del siglo XVI, a quien se consintió reformarla a su manera, y después por el terrible huracán y terremoto del año 1589, acordó el Cabildo de Córdoba repararla con arreglo a nueva traza, y se empezó a demoler el día de San Andrés del año 1593. Acabose de construir según está ahora, ya muy entrado el siglo XVII y hoy se la designa con el nombre de Torre de las Campanas.

La torre presentaba en sus cuatro frentes catorce ventanas, la mitad con dos claros y la otra mitad con tres, formados con columnas de jaspe blanco y encarnado, y sobre las ventanas un coronamiento de arquitos macizos sustentados en columnillas del mismo jaspe.

Estas ventanas comparten admirablemente el macizo de los muros, todo cubierto interior y exteriormente de preciosa tracería relevada, cuyos lindos dibujos es imposible describir. Al recibir la noticia de que está terminada la obra, acude An-Nasir presuroso desde su predilecta mansión de Medina Azahara, sube a lo alto de la torre por una escalera bajando por la otra, y después de examinar cuidadosamente el edificio, pasa a la Maksurah de la Mezquita, hace dos "arracas", y se retira complacido. Con razón puede estarlo, porque la Mezquita Aljama de Córdoba, ¡su Córdoba!, es ya un verdadero tesoro del arte arábigo-bizantino."

* Músico