Con Miguel de Cervantes Saavedra tenemos los españoles dos citas bien establecidas: una, cada primavera, la fiesta del libro y otra, cada siglo: el centenario de la publicación de la primera parte del Quijote en 1605. Ambas representan dos excelentes eventos culturales de afirmación nacional. Cervantes y su obra se han convertido en iconos universales de interés mediático permanente.

El IV Centenario, en 2005, superó todas las expectativas de exaltación cervantina por la cantidad y calidad de publicaciones, actos y conmemoraciones de toda índole. Cervantes forma parte de esa trinidad de genios de la literatura universal, al lado de Shakespeare y Dante, como ha proclamado el gran crítico literario Harold Bloom. Y el Quijote es el libro más publicado después de la Biblia.

Es comprensible que cada pueblo español reclame un lugar en el inmenso mundo cervantino. Córdoba, dadas las raíces cordobesas de Cervantes, empezando por sus dos apellidos, posee legítimos motivos para estar entre las principales ciudades cervantinas, como Alcalá de Henares o Valladolid; otra cosa bien distinta es que exista la suficiente conciencia de ello en los tiempos que corren.

En febrero de 2005, la Diputación de Córdoba anunció la reedición de dos libros históricos: uno, Cervantes y la ciudad de Córdoba , del sevillano Francisco Rodríguez Marín (1855-1943), nacido en Osuna y otro, ¿Córdoba, patria de Cervantes? , del cordobés Alfonso Adamuz Montilla (1881-1931), natural de Montalbán. Ambos, que habían sido premiados en los Juegos Florales de 1914, convocados por el Ayuntamiento de Córdoba, se reunirían en un volumen bajo el título Cervantes y la ciudad de Córdoba .

El especial interés por Córdoba y Cervantes surgió en 1914 con el hallazgo de documentos sobre un pleito en Sevilla en 1593, en el que Cervantes, actuando como testigo, declaraba al juez que "era vecino de Madrid, natural de Córdoba y estante en Sevilla". Eso animó al Ayuntamiento de Córdoba a convocar los citados juegos florales.

Además, Rodríguez Marín ya venía indagando el origen cordobés de Juan de Cervantes, abuelo de Miguel, de su mujer, Doña Leonor de Torreblanca, y los padres de ambos. De hecho, el influyente cervantista ursaonense y académico de la lengua aprovechó una visita a Córdoba, en 1911, para requerir al historiador y archivero cordobés José de la Torre y Cerro los resultados de sus investigaciones sobre los Cervantes en Córdoba. Con ellos escribió el libro galardonado, limitándose a agradecer al eficiente archivero los servicios prestados.

Por su parte, el joven clérigo Adamuz Montilla, en su ensayo literario, se propone demostrar que Miguel de Cervantes había nacido en Córdoba, consciente de la osadía de su empresa. Sus auténticos objetivos eran los de exaltar la figura de Cervantes y sus raíces cordobesas, y situar a Córdoba en el sitio que le corresponde dentro del cervantismo. Para ello, presenta las circunstancias excepcionales que concurrían en Córdoba, junto a las demás candidatas: Alcalá de Henares, Alcázar de San Juan, Consuegra, Herencia, Esquivias, Sevilla, Lucena, Madridejos, Madrid y Toledo (todavía hoy se ha hablado de una nueva candidata, Xixona y del origen catalán de Cervantes). Analiza, además, la creciente percepción de la sociedad española e internacional sobre la figura de Cervantes y su obra.

¿Córdoba, patria de Cervantes? es un trabajo ameno y bien documentado, pese al escaso tiempo de su preparación, y a "haberle sido imposible realizar en los archivos de Córdoba las investigaciones que hubiera deseado, por muchas razones que sería ocioso enumerar",como confiesa el autor de forma enigmática.

En 1922, José de la Torre, ¡último cervantista de la ciudad!, en su discurso de ingreso en la Academia de Córdoba, cita repetidamente a Alfonso Adamuz en reconocimiento de su labor.

Hubo un tercer premiado en los susodichos juegos florales: el académico cordobés Norberto González Aurioles, quien, junto a Rodríguez Marín, fueron recompensados con sendas calles en Córdoba. Pero no así el presbítero montalbeño, aunque sí fuera reconocido como académico correspondiente.

Gracias a aquellos estudios cordobeses de primeros del siglo XX, biógrafos como Luis Astrana Marín, en 1948, y en la actualidad Jean Canavaggio y otros, han marcado un itinerario cervantino más claro que el de sus predecesores.

Hoy se admite que en 1553, Rodrigo de Cervantes, con sus hijos, entre ellos Miguel, de seis años, y su madre, llegan a Córdoba procedentes de Valladolid, "en lamentable estado de miseria", amparados en la protección de Juan de Cervantes. Y que se instalaron en el popular barrio de San Nicolás de la Ajarquía. El controvertido octogenario moría un año antes que su esposa, Doña Leonor, abandonada en Alcalá hacía años, sin haberse reconciliado con ella. Con posterioridad, vemos a la familia Cervantes en Cabra, en Sevilla, y luego Madrid. Concluía la niñez y juventud de Miguel y empezaba la azarosa vida de hombre y escritor. Córdoba había sido el refugio familiar a donde acudir en tiempos difíciles.

¡Ah!, el considerable retraso en la aparición del libro prometido por la Diputación, unido a los desafortunados mensajes del prólogo, empañaron los objetivos marcados, frustrando la oportunidad del IV Centenario.

Se nos antoja, no obstante, que aún no está dicho todo sobre Cervantes y Córdoba, y que la verdadera historia está por escribir. ¿Será Córdoba quien la promueva? Permítanme reivindicar el cervantismo cordobés y a los estudiosos de principios del siglo pasado, entre ellos a Alfonso Adamuz, por su hermosa visión de Córdoba como ciudad cervantina por excelencia.

* Dr. en Física, ex Investigador Titular del Ministerio de Ciencia e Innovación