Acabamos de poner en práctica el ejercicio más importante que puede realizar cualquier ciudadana y ciudadano en un Estado democrático y de derecho: ejercer el derecho a elegir a sus representantes. Pero también es verdad que, como afirmó Aranguren, hablar de democracia no es hablar de un status sino de un proceso, de un camino, de una, como él mismo la llamó, tarea infinita en la que si no se trabaja de manera constante y desde que somos jóvenes, se corre un serio riesgo de que desaparezca. Esto es lo que diferencia, únicamente desde esta perspectiva, sistemas políticos como, por ejemplo, la dictadura de este otro que siempre preferiremos, aunque no termine nunca de hacerse y que llamamos democracia. Con estas palabras hablo a mis alumnos de cuarto de la ESO esta semana porque, aunque todavía no pueden ejercer su derecho al voto, sí que pueden ir tomando conciencia de la importancia de vivir en una sociedad como la que viven y por la que deben ir dejando de pre-ocuparse para comenzar a ocuparse.

Claro que también a veces ocurre que te encuentras por casualidad con antiguos alumnos que, lejos de cruzar un simple hola y adiós (que también los hay naturalmente porque de todo tiene que haber), quieren detenerse un momento a conversar con su antiguo profesor de Filosofía para informarle de cómo les va la vida, sus carreras universitarias, sus trabajos, sus proyectos, sus sueños... Lo que ellos no saben, y estoy convencido de que ni siquiera pretenden, es que, al tiempo que me informan, me forman.

Así pasó hace unos días con mis antiguos alumnos Francisco López Astorga y Lorenzo Santana Ostos. Ambos han tenido que recular un ápice en sus aspiraciones iniciales. El primero porque tuvo que comenzar una licenciatura que no era la que, en principio, proyectaba; y el segundo, porque habiendo compaginado durante algún tiempo sus estudios universitarios de Derecho con la tauromaquia, ha decidido finalmente seguir sus estudios en aras de conseguir, como él mismo dice, una formación que le garantice, al menos, un futuro medianamente estable en todos los órdenes de la vida. En esta conversación estábamos, y no se pueden ustedes imaginar el placer de escuchar sus actos de habla con una propiedad lingüística que excede lo que comúnmente se encuentra en nuestros días y entre nuestros jóvenes, cuando Lorenzo me dijo que uno de sus profesores de Derecho les había confirmado que, efectivamente, esta generación de jóvenes (refiriéndose a ellos) son, sin duda, los más preparados de nuestra historia reciente. Pero inmediatamente les advirtió que en el término "preparados" había que incluir un guión donde sólo la razón lingüística lo permite, es decir, que estos universitarios nuestros son jóvenes que se encuentran en la antesala, en una situación previa a la de encontrarse parados, ironía que por otra parte únicamente se puede permitir un profesor de Derecho en el aula, que jamás en un estrado.

No le falta razón, sin embargo, para afirmar algo tan tremendo y contundente. La realidad manda para quien todavía crea en la plena objetividad de lo real. Yo, si me lo permiten, soy más fenomenólogo, mi formación me ha conducido hasta este terreno en el que lo real viene determinado por la constante construcción que el sujeto realiza desde su propia conciencia y es por eso que me sigue gustando construir las estanterías de esas futuras conciencias en las que sólo me permito colocar un primer libro que se llama Esperanza. Unas elecciones como las que hemos celebrado tienen que seguir marcando ese principio de esperanza (tan Blochiano por otra parte) hasta tal punto que sean capaces incluso de cambiar las desgastadas conciencias de algunos profesores universitarios.

*Profesor de Filosofía