Desde las postrimerías del franquismo y, aún más específicamente, del arranque de la Transición, esto es, a partir de que la necesidad de justificación política inquietase a muchas plumas, el género memorialístico ascendió casi por ensalmo a la cumbre de la edición española, en la que hasta el momento y sin apenas altibajos se mantiene. El mercado aquí, desde luego, no se equivoca y su éxito descubre una demanda voraz de obras incardinadas en dichas coordenadas. La exclusiva de los recuerdos de Adolfo Suárez, Tarradellas e incluso del mismo Carlos Arias y hasta de Franco --todos ellos de muy improbable realidad, salvo, en el mejor de los supuestos, unas páginas o capítulos aislados-- se ha convertido, como se sabe, en verdadera obsesión de los agentes y asesores de las principales editoriales españolas --¿existen, por cierto, algunas más que las de Lara y Berlusconi?...-- En cualquier caso, ojalá que tal modalidad literaria continúe por mucho tiempo con su roborante salud actual. Aunque sus obras requieren el más buido de los escalpelos para su cumplido desvenamiento de apologías y ocultaciones, la historiografía del futuro lo agradecerá muy de veras y sus cultivadores dispondrán de elementos en conjunto valiosos para su siempre muy difícil tarea.

Pero la indicada abundancia no ha de hacernos olvidar que en cada etapa del pasado occidental parte considerable y, a menudo, esencial de dicho género fue de carácter póstumo. Por temor a juicios y comentarios adversos de los propios coetáneos y en numerosas ocasiones también por respeto a su memoria, no pocas obras memorialísticas --(el duque de Maura, D. Gabriel Maura y Gamazo, el mejor conocedor en el siglo XX de la literatura del XVII con D. Miguel Herrero García, acostumbraba a escribir "memoriográficas")-- vieron, efectivamente, la luz tras el fallecimiento de sus autores. Esto, a buen seguro, también acontecerá o está sucediendo hodierno. Sabe así el articulista de tres o cuatro de sus colegas ya jubilados que encetan con presura el libro de sus recuerdos, mas sin propósito alguno de darlo a la estampa antes de que se consuma su existencia terrena. A lo que le ha sido dable conocer, unas son del mayor interés, por el estilo y el poder de evocación y otras, por la enjundia de sus análisis y la riqueza de sus semblanzas. Vocacionados y conscientes de su responsabilidad social, los tales historiadores no hacen quizá con ello más que cumplir con su deber al dejar testimonio sincero y honesto de lo que vieron a lo largo del viaje de su vida en una España particularmente remecida por dramas y angustias. Cicerón, sin duda, se mostraría muy satisfecho de que en el despuntar del siglo XXI dos insignes contemporaneístas continuaban fieles a su concepto de la disciplina de Clío.

Mas, naturalmente, existen hoy en nuestro país otros muchos ejemplos de hombres y mujeres consagrados, en el tramo final de su jornada, a dejar por escrito constancia de episodios y personajes entrelazados con su peripecia personal, sin albergar la menor intención de que sus textos pierdan la índole de inéditos hasta fecha de su tránsito. Por supuesto que si, en más de una circunstancia, sus memorias viesen a corto plazo la luz, no pocas de las figuras y figurantes de la escena nacional de nuestro tiempo se recortarían con perfiles muy distintos a los que enmarcan su actuación. Con el muy noble propósito de atajar la tentación de revanchismo --al menos "en vivo y en directo"...--, siempre irrefrenable dada la condición humana, sobre todo, en ciertos oficios, los autores de algunas de dichas memorias inéditas refuerzan, cara a sus albaceas y herederos, las cláusulas que imponen su publicación post mortem . Medida, indudablemente, muy acertada en plumas que aspiran a la enseñanza y, en todo caso, al escarmiento, pero nunca al escándalo.

* Catedrático