Ya hemos cruzado el ecuador y a partir de ahora empieza la cuesta abajo que desembocará en el mar, como los ríos. Si bostezamos al amanecer y nos deperezamos, con la mano izquierda tocamos la cabalgata de Reyes, la victoria del Córdoba contra el Español y el Carnaval; y con la derecha, las macetas de los patios, la Feria y los primeros exámenes, que nos llevarán a la diáspora del verano, aunque la crisis nos ahogue. El ecuador ha marcado la cadencia de las horas, que esta noche bailarán una danza en la que una de las 24 perderá, hasta dentro de seis meses, su personalidad y se diluirá en la nada del tiempo, que es una apreciación pero que deja arrugas. A partir de mañana las tardes emprenderán una escapada hasta el horizonte para entretener al sol y retardar su llegada a esa línea en la que se acuesta todos los atardeceres, allá por las playas del Algarve. Sin embargo, esa cachaza vespertina que alargará la luz, se convertirá en diligencia matutina, tanto que el amanecer habrá de alumbrarse todavía con las ascuas de la última candela y tendrá ojos de búho. El ecuador del tiempo, aparte del consabido las dos que son las tres, nos trae la política, que mañana celebra elecciones y recoge, en teoría, el fruto de su campaña electoral. Asturias y Andalucía, dos comunidades de rancio sabor histórico, dos extremos de una España peculiar, Covadonga y la Alhambra, donde la nación comenzó y terminó su reconquista: la de la luna por la cruz, la del alfanje por la espada, la de Boabdil por los Reyes Católicos, irán mañana a las urnas. Y la conquista será incruenta, mediante el acuerdo del voto y no por la intransigencia de la fuerza. Esperemos que ningún político le achaque al contrario al día siguiente de la noche electoral que le ha robado una hora al 25 de marzo.