Decía el famoso toreo: "Lo que no pue se , no pue se y ademá e imposible". Es lo que pasa cuando se quiere conseguir que un cuadrado tenga la misma superficie de un círculo, un problema matemático irresoluble, por eso se dice que tratar de conseguir algo imposible es conseguir la cuadratura del círculo. El Gobierno, en estos días, trata de recortar el gasto bajo mandato de Bruselas y dice que ello no afectará al crecimiento y el empleo, cuando todos sabemos que no se puede sorber y soplar al mismo tiempo.

Ahora que vienen tiempos de recortes y que se ha impuesto el pensamiento dominante de los talibanes antidéficit, un fundamentalismo económico que quiere ponernos a todos el burka de la virtuosa austeridad, es más necesario que nunca rebatir esta teoría imperante.

Los que defienden la austeridad señalan que nos llevará a la expansión económica, la llaman austeridad expansiva, que tiene la virtud de que reduciendo el gasto público y, por ende, el déficit, se liberarán recursos, se restablecerá la confianza, bajará la prima de riesgo y con ella los tipos de interés. El crédito terminará por afluir a la inversión productiva y con ella el emprendimiento y el empleo. Un tortuoso proceso con un final feliz.

Y no les falta razón, pero es un proceso lento, que da frutos a medio plazo. Si se trata de abordar bruscamente, produce el efecto contrario, destroza el tejido productivo al no darle tiempo a reconvertirse. Es como al pasarse de frenada, el coche derrapa, se pierde el control y se estrella. Pasó con la burbuja inmobiliaria que, al reventar bruscamente, hundió la economía.

Hay que reestructurar el sector público para eliminar lo superfluo, pero si se hace bruscamente, y con fundamentalismo, se corre el riesgo de recortar gastos esenciales que favorecen el crecimiento, como la educación, la sanidad y las infraestructuras. De actuar así se hundirá la economía en una dolorosa recesión.

Dicen, que los inspectores de Bruselas visitaron Madrid hace un par de semanas preocupados por la desviación del déficit y cuando empezaron a explicarles lo de la Administración central, las comunidades autónomas y las entidades locales, al parecer quedaron tan perplejos que dijeron algo así como: "Lo que quiere Europa es que España cumpla" y se marcharon con la idea de que era necesario apretarnos las tuercas. De ahí que al final en vez del 5,8 por ciento de déficit, Europa impuso el 5,3.

En España el gasto público se reparte de la siguiente forma: un 25% la Administración central, otro 25 la Seguridad Social, el 35 por ciento las comunidades autónomas y el 15 por ciento las administraciones locales. Recortar la Seguridad Social es complicado a no ser que se toquen los más de 30.000 millones que se destinan al desempleo y las pensiones. Gran parte del gasto del Estado es de transferencias a las comunidades autónomas, ello, unido a una idea de una mala administración autonómica, ha impuesto un mayor ajuste a las autonomías.

Sin embargo, el problema real no está del todo en el gasto público sino en los ingresos. Desde 2007 a 2011, en España, se ha pasado de una presión fiscal del 36 por ciento del PIB a poco más del 30, lo que ha supuesto anualmente una pérdida de ingresos fiscales de más de 60.000 millones de euros, unos 10.000 millones más que todo el déficit previsto para este año.

Por ello, antes de seguir en la trampa de la austeridad salvaje, se hace necesario abordar una reforma fiscal profunda, capaz de impedir la quiebra del Estado y atajar la asignatura pendiente de la democracia: el fraude fiscal, una variante más de la corrupción española.

La economía tiene cuatro motores: el consumo, la inversión, el gasto público y las exportaciones. Podemos parar uno, dos o incluso tres, pero si paramos todos los motores el avión entrará en caída libre y se estrellará.

Si entramos en una recesión profunda como Grecia y Portugal, los ingresos fiscales seguirán disminuyendo y habrá que hacer más recortes para cumplir con el límite de déficit, un círculo vicioso hacia el desastre.

En un entorno de recesión mundial, no se puede esperar mucho de las exportaciones. Por ello mientras que vuelven a arrancar los motores del consumo e inversión con las reformas que probarán si son capaces de remontar el vuelo, no podemos apagar el cuarto motor, el del gasto público. Otra cosa es reformarlo para eliminar ineficiencias, corrupción y despilfarro. Recortarlo todo no es una salida viable.

Es necesario un cambio de rumbo en España y Europa, capaz de frenar el fundamentalismo neoliberal que infecta el pensamiento dominante. Europa necesita para no naufragar, profundizar en la unión fiscal y política, junto con las reformas que acerquen las legislaciones, ha de ser capaz de diseñar lo que hace falta: un Plan Marshall II desde el corazón del euro, que restablezca el crecimiento y evite el hundimiento económico y político del proyecto europeo.

Mientras, se siguen dando palos de ciego intentado encontrar la cuadratura del círculo de la austeridad expansiva a corto. Aquí llegan los recortes más fuertes: después de las elecciones andaluzas ¿o no?

* Inspector de Hacienda del

Estado