No es bueno que la Semana Santa y las elecciones autonómicas coincidan en el calendario. Y no porque un discurso ningunee al otro relegándolo a un segundo plano.Tal vez sea la dificultad de compaginar ambas situaciones lo que puede producir una cierta crispación que tal vez nos sacuda, pero que no va a modificar nuestras convicciones políticas y religiosas. Tampoco hay problemas de contagio. Es decir, cada uno tiene suficiente solvencia como para disponer de un espacio temporal propio y evitar el choque que puede producirse entre ambos acontecimientos. Los que viven y participan en las tradiciones de los pueblos --que son siempre los mismos-- se puede salir de uno de ellos manteniendo el resuello, pero de los dos al mismo tiempo, es más difícil. Compaginar la música de bandas y agrupaciones que acompañan a vírgenes y cristos, los olores y sabores de la gastronomía semanasantera que generan un ambiente primaveral, con las fanfarrias electorales que preceden en estos días las intervenciones de los líderes políticos para pedir el voto de los ciudadanos andaluces es tarea más que difícil. No es posible rivalizar con sentimientos que nos llegan a lo más hondo a través de los hilvanes del recuerdo y los descosidos de la memoria. Cómo asimilar, entonces, el paisaje urbano cargado de mensajes directos exigiendo el refrendo de la ciudadanía a las promesas electorales, con los carteles semanasanteros que recrean obras de arte y momentos emotivos centrados en rincones urbanos y templos recogidos en un mutismo de siglos. Es tal la evidente concurrencia de mensajes políticos, pregones, mítines, actos de penitencia, desfiles procesionales y caravanas electorales o simples vehículos provistos de bocinas que ponen a prueba el dominio mismo de nuestros nervios, que uno no sabe ya si encender un cirio a Mariano Rajoy o votar al Nazareno.

* Maestro