Son un puñado de jóvenes cuya media de edad no sobrepasa el cuarto de siglo comandados por Antonio 'Pilo' Martín Sánchez. A mí me gusta llamarlos mis "locos geniales" porque es necesario estar un poco loco y poseer una buena dosis de genialidad para seguir la propuesta que desde hace ya tres años, y bajo el amparo de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla y otros patrocinadores como el Ayuntamiento de la capital hispalense y la Junta de Andalucía, nos vienen realizando: que la palabra, permítanme esta forzada paráfrasis metonímica con el verso de Celaya, sea (tenga necesariamente que ser) el único arma cargada de futuro. Ellos, mis "locos geniales", junto con 24 docentes y un centenar de alumnos de segundo de bachillerato de toda nuestra geografía andaluza nos reunimos, de momento en Sevilla, no sólo para convertir a la palabra-en-diálogo en el centro de la vida del ser humano sino también, y con marcado carácter extensivo e intensivo, para que su valor no caiga un ápice si esta palabra se expresa a través de la inmensa riqueza tan esencialmente nuestra como es la de pronunciarla con el acento andaluz. Por eso decidieron, como ya he dicho, hace tres años, llamar a este torneo de debate "Con Acento". Y acontece que, como todos ustedes ya habrán podido comprobar alguna vez al menos en su vida, cuando alguien se empeña en algo bueno y lo consigue, aquello que consigue comienza a funcionar casi de inmediato como una red de arrastre de otros muchos valores igualmente positivos. En esta tercera edición los asuntos sobre los que hemos debatido han girado en torno a la influencia positiva o negativa de la redes sociales del Internet en la sociedad y sobre la posibilidad o imposibilidad de encontrar el equilibrio entre los niveles de confort actuales y la conservación del medio ambiente. Ahí es nada, pero dejénme que les diga lo que, independientemente de los asuntos que se discutan, lo que significa "Con Acento".

Significa, en primer lugar y para empezar por la mayor, recuperar la palabra-que-dialoga, recuperar al ser humano como ser social, aquello que ya Aristóteles enunciaba que nos definía por esencia y que con el paso de los siglos se ha ido irritando excesivamente hasta derivar en una desconfianza absoluta de unos para con otros. No me extraña, a estas alturas, que el individualismo liberal que ha presidido a Occidente desde que John Locke (a quien estoy convencido de que no hemos entendido bien aunque el movimiento 15M se aproxima) lo propusiera como sistema político, hasta la catástrofe actual a la que asistimos no haya derivado precisamente de esta desconfianza progresiva. Recuperar la palabra-que-dialoga significa, igualmente, recuperar el respeto de unos para con otros. Y digo respeto y no digo tolerancia. La tolerancia, con permiso del filósofo anglosajón, conduce finalmente a la indiferencia; el respeto, por el contrario, es el único que nos puede guiar hasta la convivencia. Y, por último, la palabra-que-dialoga, que nos recupera como seres sociales que reclaman y exigen respeto es la única que nos pone en camino hacia la consecución de la Verdad. Si algo me ha enseñado "Con Acento" es que la Verdad no se encuentra en los grandes discursos, en las grandes palabras, sino en los pequeños matices a los que dichos discursos nos convocan. No existen en nuestra intrahistoria verdades absolutas porque si así fuera no caminaríamos tan desorientados. Vivimos en el interior de los matices para no acabar exterminándonos.

Todo esto es "Con Acento" y les aseguro que mucho más. Pero, sobre todo, lo mejor que tiene esta experiencia, parafraseando a Paulo Coelho, es que, igual que ocurre con la vida, no ha dejado todavía de ser el sueño de unos locos que mantienen viva la esperanza en el ser humano.

* Profesor de Filosofía