Si para los afganos hace tiempo que la fuerza militar internacional, Isaf, es parte del problema más que de la solución para su país, el asesinato, el domingo, de 16 civiles a manos de un sargento norteamericano agita el rechazo popular y del Gobierno de Afganistán a la presencia extranjera. Cuando los países de la OTAN acarician su retirada, prevista para el 2014, los soldados USA acumulan un reguero de acciones que constituyen una mecha en el polvorín afgano. En enero, internet ofreció las imágenes de marines orinando sobre cadáveres de afganos. En febrero, la quema de copias del Corán en la base de Bagram, cedida ahora al Gobierno de Kabul, por parte de militares de EEUU provocó protestas que se saldaron con muertos. Estos desmanes suceden en un momento de necesaria calma dado que Washington y Kabul están negociando un acuerdo de asociación, incluidas algunas bases, para cuando la Isaf se haya retirado. Más de una década después de iniciarse la guerra, no se ha logrado imprimir un sello democrático occidental ni una estabilidad que permita el desarrollo económico y social. Al contrario, la seguridad se deteriora mientras crece la presencia rebelde a cuenta de estos incidentes. La Isaf no ha podido con Afganistán y EEUU, ni con sus propios soldados.