Amedida que se acerca de forma inexorable e imparable el momento en que el ahora nuevo rico Iñaki Urdangarín ha de comparecer ante el juez, extraña más la inmensa pobreza de su estrategia defensiva. De toda la estrategia, la humana y la económica. Si definimos en líneas generales lo que se ha dedicado a hacer en estos últimos meses el yerno del Rey, lo único que puede decirse es que se aferra al dinero que ha conseguido para intentar salvar la máxima cantidad posible. Todo lo demás ha sido intrascendente.

Por supuesto que Urdangarín ha intentado también esgrimir su inocencia, su presunta inocencia. Pero poco y mal, y encima sin convicción. El conjunto de sus actuaciones, incluyendo sus huidas frente a los periodistas, denota absoluta falta de confianza en la posibilidad de imponer esta tesis. El inocente suele dar la cara. Que conste que en esto es realista. Urdangarín sabe que cuando la Casa Real le apartó públicamente de un manotazo, quedó ratificado ante la opinión pública como culpable de deshonestidad. La magnitud concreta de sus delitos quedaba para que la determinasen los jueces, pero la condena de su actitud de fondo era manifiesta. La Casa Real no hubiera actuado así en caso de creerle inocente, y la Casa Real tenía y tiene capacidad para conocer lo sucedido, y si le apartó no fue por gusto sino para defenderse de él.

Precisamente por aquel repudio, Urdangarín tuvo que convertir en secundaria la línea defensiva de declararse inocente. La había iniciado con torpeza, intentado denunciar --como hacen los divos del mundo del corazón-- que estaba siendo objeto de un linchamiento mediático. ¿Un linchamiento mediático, él? Eso no dejó en buen lugar su inteligencia. ¿Un linchamiento, a él, por qué? ¿Por ser miembro de la familia real? ¡Qué tontería! En todo caso, si se convirtió en centro del interés mediático era por lo que había hecho, por su deshonestidad, por ser pillado con las manos en la masa, a pesar de ser miembro de familia real.

Y a pesar, según la creencia popular, de que no necesitaba trapicheos para llevar una vida económicamente privilegiada. Además de sus ingresos por las tareas institucionales, ¿no entendía Urdangarín que su magnífico y bien remunerado empleo en la antigua Telefónica, sin ganar ningún concurso-oposición, sin ninguna experiencia profesional previa que le hiciese idóneo para el cargo, lo había conseguido únicamente por su condición de miembro de la Casa Real, por muy reaccionario que sea esto?

El abandono de la línea defensiva de la inocencia se ha hecho más patente en los últimos días, cuando todo el mundo conoce los pormenores de lo que ha hecho y sus propios abogados, desbordados, se cierran en banda hablando de que quizá ha cometido "errores administrativos" pero no delitos. Los abogados están para eso, para defender, pero tampoco brillan precisamente por su genialidad al proclamar este argumento. No parecen errores administrativos las maquinaciones para conseguir por la cara, por la condición de miembro de la Casa Real, sin apenas contraprestación de trabajo efectivo, millones de euros de dinero público a través de una entidad sin ánimo de lucro. No parecen tampoco errores administrativos las maniobras para pasear ese dinero internacionalmente y esconderlo hasta hacerlo llegar a cuentas privadas, algunas en paraísos fiscales.

Cuando aludo a la pobreza de la estrategia de aferrarse al dinero e intentar salvar la máxima cantidad posible, me refiero a cómo estarían las cosas si Urdangarín hubiese tenido el coraje de empezar a devolverlo cuando trascendió lo ocurrido. A devolverlo de entrada y de verdad, a marcar distancias con los delincuentes cuya esperanza reside tradicionalmente en que la justicia no consiga llegar hasta donde esconden la mayor parte de su botín.

En ese caso de devolución, Urdangarín tendría que responder igualmente ante los jueces sobre lo que ha hecho, pero la situación no sería la misma. Independientemente de lo que supondría judicialmente esa restitución voluntaria del dinero público del que se ha apropiado, habría salvado algo de su dignidad y hombría. Y otro factor importante: devolver el dinero le ayudaría a despejar la burla y el desprecio colectivo que le acompañarán a partir de ahora, tras el juicio, durante toda la vida, cuando trascienda cualquier cosa de él, cuando gaste un euro en cualquier lugar del mundo o cuando lo gasten su esposa o alguno de sus hijos.

En el caso del yerno del Rey hay varias circunstancias humanas complementarias que tienen interés. Porque además de evidencias como su desobediencia a Juan Carlos cuando le pidió que se desvinculase de las actividades sospechosas (una desobediencia que refleja que Urdangarín se sentía por encima de las obligaciones que tenía como miembro de la Casa Real), está la delicada situación legal en que ha puesto a su esposa, la infanta. Atendiendo al principio de que la justicia debe ser igual para todos, la condición de socia empresarial de algunas de las actividades de Urdangarín compromete legalmente a su esposa, Cristina, tanto ahora como cara a los recursos que pueda haber en el futuro. Y su apoyo al marido, por lógico y natural que sea, también. También porque, mientras él no devuelva todo el dinero, tanto ella como sus hijos continuarán siendo objetivamente beneficiarios directos de las actividades irregulares cometidas.

* Periodista.