Me dirijo a usted para hacer pública mi denuncia por el trato recibido en el servicio de Urgencias del hospital Reina Sofía. Antes de nada, le pondré en antecedentes. El pasado jueves, mi madre, una mujer de 95 años enferma con bronquitis, se cayó de la cama de madrugada cuando se dirigía al cuarto de baño. Incapaz de levantarla del suelo, llamé al servicio de Teleasistencia para pedir ayuda. No sé cuánto tiempo pasó tirada en el suelo hasta que, para mi sorpresa, recibí la visita de un agente de policía, que me informó de que es la Policía Local quien, a falta de equipos sanitarios, realiza este tipo de actuaciones. Al día siguiente de la caída, encontré a mi madre algo desorientada, situación que se agravó por la noche, cuando al ir a acostarla, fue incapaz de dar un paso. Alarmada, llamé a Emergencias Sanitarias. Una ambulancia vino a casa y al saber que el día anterior se había caído, decidieron trasladarla al hospital y someterla a algunas pruebas. LLegamos al Reina Sofía a las diez y media y ahí empezamos un peregrinar por salas masificadas con enfermos y familiares angustiados por las horas de espera que se prolongó durante toda la noche. Entre prueba y prueba, pasó horas tumbada en una camilla, cubierta por una manta que yo misma llevaba de casa, sin dejar de toser y sin que le dieran ni un vaso de agua. Después de diez o doce horas dando vueltas en Urgencias, al amanecer del día siguiente, una enfermera descubrió que mi madre tenía fiebre y decidió colocarle una mascarilla con aerosoles para mejorar su respiración. A las siete y media de la mañana, el médico le dio al alta y me dijo que podíamos volver a casa. Podrán imaginarse que a estas alturas, tanto ella como yo, que tengo 68 años y problemas de espalda, estábamos molidas. Una de mis hijas, que pasó toda la noche fuera, esperando noticias de su abuela, me contó que había puesto una hoja de reclamaciones y que varias personas habían hecho lo mismo esa noche por problemas distintos. Con el alta en la mano, la pesadilla aún no había acabado. En la puerta, me informaron de que nos tocaba esperar a que una ambulancia pudiera llevar a mi madre. En la puerta, había entonces tres o cuatro aparcadas, pero trasladar a mi madre no era urgente. Pensé en trasladarla en coche, pero me dijeron que no podía llevarme un par de horas una silla de ruedas para transportarla desde el coche hasta el portal, así que no tenía más remedio que esperar. Una y mil veces pedí en ventanilla una ambulancia, pero, aunque yo las veía fuera, me decían que no había. No fue hasta las 12 del mediodía cuando, después de hablar con la supervisora y llamar al periódico para denunciar el caso, alguien hizo que mi madre volviera a casa. Ahora, las dos nos recuperamos de la noche pasada.

Josefa Arjona Aparicio

Córdoba