España superó por primera vez los cinco millones de parados en 2011, al terminar el ejercicio con 5.273.600 desempleados, 577.000 más que 2010, y una tasa de paro del 22, 85%, la más alta desde 1995. Los datos en España son severos en lo referente al trabajo de los jóvenes dado que nuestro paro juvenil cuadriplica la tasa mundial del desempleo. Detrás de estas cifras, como es obvio, hay personas, hay familias, hay un escalofriante drama humano, acompañado asimismo de frustración, desánimo y de pérdidas de valores y horizontes. La situación es tan extrema que requiere de medidas extremas para su corrección y solución. Resulta al respecto un deber moral absoluto el reclamar a los gobernantes y a todos los agentes políticos y sociales la adopción adecuada de medidas desde los imperativos del bien común. Si las causas de los actuales problemas son de naturaleza estructural, no se pueden demorar más las reformas de las vigentes estructuras laborales, salariales, financieras y macroeconómicas. Si bien la clase media --la inmensa mayoría de los ciudadanos-- no han ocasionado directamente la crisis económica y por tanto no deben ser ellos quienes en mayor medida paguen sus consecuencias, lo cierto es que todos debemos asumir responsabilidades de austeridad, sobriedad, contención y solidaridad. Y todos hemos de apretarnos el cinturón, entre otras razones, porque no hay otra alternativa. No hay tiempo que perder. La escalada del paro --el rostro más visible de la crisis-- es una vergüenza, es un escándalo, repleto además de injusticia, miseria y riesgos indudables a corto, medio y largo plazo. Una de las claves más importantes residirá, sin duda, en detectar las verdaderas raíces de una situación asfixiante. La política ha de dar paso a la acción, a las medidas eficaces, a las soluciones verdaderas. El escándalo de paro ha de sonrojarnos a todos.

*Periodista