Es una tranquilidad, hombre, un peso que se nos quita de encima. Lo ha dicho el abogado de Urdangarín, que si su representado ha hecho algo malo, pedirá disculpas; ni siquiera perdón, disculpas. Si todos hicieran lo mismo, le iría mejor a este país cainita donde la mitad siempre anda buscándole las cosquillas a la otra mitad. Sí, las cosas se resuelven con educación, pidiendo disculpas. Los azules, a pedir disculpas, los rojos a disculparse, los que se llevan los ERE, un acto de contrición y disculpas; los que lucen trajes brillantes de regalo o de pago, disculpas por aquí, disculpas por allá; los que empaquetaron la carne de soldados muertos en el avión que se cayó como si fueran proteínas enlatadas sin identificar, a disculparse; los que agredían a ministros de la acera contraria, rendibuses y disculpas; los que enladrillaron el país y se lo llevaron crudo, y los que veían brotes verdes y billetes verdes donde había números rojos, un perdonen las molestias y aquí no ha pasado nada, disculpas. La educación, que siempre brilló por su ausencia en este país donde nadie da ni responde a los buenos días o al gracias, puede redimirnos, salvarnos. Jueces que escuchan sin deber conversaciones garantizadas por la Constitución y el Código Penal entre acusados y letrados, con un lo siento quedarían limpios; los que se enfrentan en la calle, a darse la mano, hola don Pepito, hola don José, educadamente, salude usted a su abuela. No más partidarios de Joselito y Belmonte, las leyes serían innecesarias. Es una tranquilidad, esto de pedir disculpas.

* Profesor