España ha entrado en una nueva fase de recesión, lo que significa caída de la actividad, destrucción de puestos de trabajo y todavía más sufrimiento en las famélicas economías domésticas.

Sin embargo los nuevos dirigentes políticos, al albur de las recomendaciones de Bruselas y el pensamiento dominante, lo que nos proponen es incrementar la dieta de adelgazamiento. Desde el 2009 llevamos tres años de austeridad y todavía proponen aplicar muchos más; a cambio dibujan, al final de la travesía del desierto, el espejismo de la prosperidad, cuya realidad nadie ha demostrado.

Después del reventón de la burbuja inmobiliaria se han seguido políticas contrapuestas: al principio se diseñó una política de estímulos con el plan E, tratando de reparar lo que se pensó, era un simple pinchazo, se dio dinero a los ayuntamientos para que hicieran obras de dudosa utilidad, combinándolas con una rebaja fiscal.

Finalmente, desde que estalló la deuda en mayo de 2010 se ha hecho lo contrario: aumento de impuestos y recortes de gasto con gobiernos de aparente signo opuesto. ¿Cuál ha sido el resultado? Tan solo se ha logrado que sobreviva un euro que sigue herido y Europa se parece cada vez más a la Latinoamérica de los años 80 con el FMI en su auxilio.

Fue precisamente el Nobel latinoamericano García Márquez quien en su magistral obra Cien años de soledad describe cómo un pueblo, "Macondo", mítico escenario de esta obra, trata de prosperar. El único contacto que sus habitantes tienen con el exterior lo constituyen las periódicas visitas de unos gitanos capitaneados por un tal Melquíades, en esa "ciudad de los espejos", o espejismos, donde las cosas no son lo que parecen. Creían sus habitantes que de su vida endogámica y solitaria, pero de fantasía, les acabaría liberando la sabiduría del tal Melquíades expresada en unos pergaminos, cuando fueran descifrados.

Como Melquíades, ahora con Merkel en la Europa de los mercados, se busca un destino mejor, tratando de descifrar el futuro escrito en los "pergaminos" de la, ahora inevitable, austeridad sin fin.

Cuando la quiebra de Lehman Brothers, en septiembre de 2008, avisó que lo de la crisis iba en serio, se pensó que Europa y países como España tenían capacidad para sostener las economías mediante políticas de estímulo del gasto público. No se hicieron reformas ni pactos fiscales, se pensó que no era necesario, ignorando que el modelo estaba ya agotado.

Llegó la madrugada aciaga del 9 de mayo del 2010 cuando el Ecofin en Bruselas cambió la historia de España obligando a desterrar sus planes de estímulo y reducción fiscal que empujaban el déficit más allá del 11 por ciento año tras año. Los ministros europeos del economía y finanzas concluyeron que España no podía seguir así, porque acabaría contaminando a todos y reventando el euro.

Después de la descabellada política previa, subir los impuestos y reducir los gastos, fue entonces una solución acertada para restablecer la confianza perdida. Pero ¿lo es ahora? Lo primero que hace falta es una reforma fiscal que reequilibre el presupuesto y la carga tributaria.

Las primeras medidas adoptadas del nuevo gobierno profundizan en la insolidaridad, al continuar cargando el mayor peso de la crisis, en las rentas de trabajo, que ya soportan la escandalosa cifra del 80 por ciento de la recaudación por IRPF; se sigue sin tocar el impuesto de sociedades, que se ha desplomado; las grandes fortunas siguen refugiadas en las Sicav tributando al vergonzoso 1 por ciento y, en fin, no se sabe si existe un plan de choque contra el fraude, más allá de lo de siempre.

Urge, además de la reforma fiscal, profundizar en las reformas administrativa, laboral y financiera, para recuperar la senda del crecimiento. La austeridad indefinida es un política suicida que nos conducirá a la trampa de la deuda: no creceremos porque tendremos que pagar la deuda y no podremos pagarla porque no creceremos.

Es necesario salir de este callejón sin salida y diseñar un nuevo escenario para renegociar el objetivo de déficit con Bruselas, cifrado en un 4,4 por ciento, que se pensó en una situación distinta a la recesión de ahora, donde los gastos se resisten (prejubilaciones y desempleo) y los ingresos fiscales decaen.

Además de las reformas pendientes, necesarias para mejorar la competitividad, hay que demandar al Ecofin un plan de estímulo económico imprescindible para restablecer el crecimiento y el empleo.

Seguir la senda de la austeridad salvaje nos conduce a un sufrimiento inútil donde tratando de descifrar la historia, antes de que lleguemos a comprenderla, entenderemos que jamás saldremos de una crisis cada vez mayor y más despiadada que nos lleva al desastre económico y social. Europa no puede continuar diseñada para infringir un sufrimiento perpetuo, es el momento de afrontarlo, de profundizar en las reformas, de establecer compromisos que nos saquen de la recesión antes de que sea demasiado tarde.

De seguir así, se descubrirá que al final solo habrá un espejismo vacío de prosperidad que habrá que desterrar de la memoria en el instante que acabemos de descifrar los "pergaminos" de la austeridad, para que todo lo escrito en ellos sea irrepetible desde siempre porque, como en la novela del insigne autor, las estirpes condenadas a cien años de austeridad "no tienen una segunda oportunidad sobre la tierra".

* Inspector de Hacienda del Estado