Los evangelios no son un libro grande. En la edición que yo suelo manejar, la Biblia de Jerusalén, los cuatro juntos ocupan 141 páginas; y puesto que alrededor de la cuarta parte son notas y comentarios, resulta que el texto original ocupa unas 100 páginas, o sea, poco más o menos 25 páginas cada uno. En una tarde se pueden leer los cuatro de un tirón. Los evangelios no son un libro grande.

Pero los evangelios han dado mucho que hablar, sobre ellos se han escrito miles, posiblemente millones, de libros, y desde luego, sin lugar a dudas, millones de páginas. Esto ya es bastante más difícil de leer, prácticamente imposible de leer. Se puede leer algo, pero desde luego nadie ha leído todo lo que ha se escrito sobre los evangelios. En esta enorme selva de producción literaria sobre un texto original tan corto merece la pena intentar buscar el hilo argumental. Porque la verdad es que de los evangelios se han deducido cantidad de cosas que originalmente no están en ellos. La verdad es que a lo largo de la historia, y según las culturas y situaciones socio-políticas dominantes, cada uno ha intentado justificar con el evangelio tanto la guerra como la paz, tanto la tolerancia como las dictaduras, tanto la obediencia a las autoridades como la libertad de conciencia. Los tres evangelios de Mateo, Marcos y Lucas, los llamados sinópticos, tienen entre sí una unidad literaria perfectamente marcada que los contradistingue del otro, el de Juan. Pues bien, los tres sinópticos comienzan de forma muy parecida. Mateo: comenzó Jesús a decir "convertíos porque el reino de los dielos está cerca" (Mt, 4, 17); Marcos: proclamaba la buena nueva, "el tiempo se ha cumplido, y el reino de Dios está cerca, convertíos" (Mr, 1, 14-15); Lucas: no utiliza en su presentación de la figura pública de Jesús el término del reino, como hacen Mateo y Marcos, pero relata una escena en la sinagoga de Nazaret, citando al profeta Isaías, que es un paralelo exacto (Lc, 4, 16-22).

Efectivamente, el tema del reino es el hilo conductor para comprender el pensamiento de Jesús de Nazaret. Ateniéndonos al texto de Mateo hay unas cuantas páginas fundamentales para comprender qué es el reino en el pensamiento de Jesús. Se conocen generalmente como el sermón del monte, y abarcan los capítulos cinco, seis y siete. En ellos se explica el tema con un estilo que podríamos llamar moralizante. Comienza por las famosas bienaventuranzas; luego, una serie de comparaciones entre las normas tradicionales de los judíos, y la revisión de las mismas que propone Jesús; finalmente, algunas pautas de comportamiento que contienen los elementos básicos de lo que podríamos llamar una ética cristiana.

Aparte de este discurso, que podríamos denominar la versión ideológica del reino, existe otro capítulo fundamental, el 13. En él se contienen las parábolas. Exactamente siete: la del sembrador, según la cual unas semillas dan fruto y otras se malogran; la de la cizaña, donde se recomienda que no busquemos el exterminio de los malos; la del grano de mostaza, mostrando simpatía por lo insignificante frente a lo fastuoso; la levadura, una alusión a las acciones de los pequeños grupos para transtornar la sociedad; las del tesoro escondido y la perla preciosa, el reino es incomprensible para unos y para otros, la razón existencial de su vida.

Siete comparaciones sobre el reino. En ninguna de ellas se está contraponiendo el delito a la virtud. Tanto en estas siete parábolas del capítulo 13º de Mateo, como en otras dispersas por otros capítulos, el reino no aparece como el espacio de lo virtuoso frente al no-reino, espacio del mal. Se está contraponiendo el comportamiento de la gente normal y razonable al comportamiento insólito, sorprendente, de los que aceptan el Reino. No es el bien contra el mal; sino la utopía contra la razón.

Es éste un aspecto de la cuestión absolutamente fundamental si no queremos desnaturalizar las orientaciones éticas del discurso de Jesús. Ninguna de las diez normas fundamentales de la antigua ley de Israel, conocidas como los Diez Mandamientos de la Ley de Dios, forman parte de lo que podríamos llamar la síntesis moral del reino. No porque estén excluidas, sino porque simplemente se dan por supuestas, no se ponen en cuestión, ni se hace mención de ellas. No merece la pena cuestionarse si Jesús era partidario o no del homicidio, del robo, de la mentira, de la fornicación o del adulterio. Simplemente no vino a hablar de eso. La razón humana, por una mera consideración objetiva de la realidad, es capaz de comprender que tales cosas son reprobables. Así lo han reconocido los hombres, sin necesidad de recurrir a la palabra de Jesús. Y, aunque Jesús de Nazaret no hubiera existido, tales actos también serían considerados reprobables.

Lo realmente original del pensamiento de Jesús fue comunicar la esperanza y la ilusión por un mundo diferente. A lo mejor imposible, pero por el cual merecía la pena esforzarse. Porque no siempre la verdad la tiene la razón. La ilusión por un futuro utópico es más verdad que el pragmatismo racionalista. Este fue su gran mensaje, y por eso decía la gente que nadie había hablado como él.

* Profesor jesuita