La vida no puede plantearse en clave de derrotas sino de triunfos. Sin embargo, para nuestra desgracia, hay derrotas que están cantadas porque ni siquiera nos atrevemos a plantar batalla. Hace ya muchos años, José Luis Martín Descalzo, sacerdote, escritor y gran periodista, nos hablaba a un grupo de jóvenes sobre las derrotas que nos acechaban. Fue una charla apasionante, de la que fuimos tomando buena nota con verdadero entusiasmo. Arrancó con una cita del doctor Schweitzer, en la que se afirmaba que "uno se va adaptando al modelo impuesto por los demás, al ir renunciando poco a poco a las ideas y convicciones que le fueron más queridas en la juventud". El título de aquella conferencia quedaba formulado en esta pregunta: "¿A qué derrota llegas, muchacho?", como si diera ya por supuesto que el fracaso sería una realidad y nos afectaría a todos. Lógicamente, su intención era la contraria: prevenirnos del peligro, alertarnos de lo que podría sucedernos para que así pudiéramos evitarlo.

Martín Descalzo nos enumeró diversas derrotas. A bote pronto y en síntesis apretada, me gustaría recordar algunas de ellas, aunque todas resultaban de gran interés. La primera se da en el campo del amor a la verdad y suele ser la primera que se pierde. "Uno ha asegurado en sus años de estudiante que vivirá con la verdad por delante. Pero, de pronto, descubre que en esta tierra es más útil y rentable la mentira". La segunda tiene lugar en los terrenos de la confianza. "Uno entra en la vida creyendo que la gente es buena. Y ahí está esperándonos el primer batacazo. Y nuestra alma herida bascula de punta a punta". La tercera derrota es más grave porque ocurre en el mundo de los ideales. "Uno ya no está seguro de las personas, pero cree aún en las grandes causas de su juventud: en el trabajo, en la familia, en tales o cuales ideales políticos. Y un día descubre que no triunfan las banderas mejores". La cuarta es la más romántica. Creemos en la justicia y la santa indignación nos sube a los labios. Gritamos. Gritar es fácil, da la impresión de que estamos luchando. Luego descubrimos que el mundo no cambia con gritos. Y empezamos a pactar con pequeñas injusticias". La quinta afecta a las seguridades, a los principios básicos. "Descubrimos que todo es relativo, que depende de las circunstancias, y nos enrolamos en un relativismo fácil, que, en vez de engrandecernos, nos va despeñando cada vez más". A pesar del tiempo transcurrido, percibimos que los engranajes de la historia no cambian mucho, que los males se repiten, que las batallas que nos plantan cara son casi siempre las mismas.

Por eso es tan importante prevenir derrotas, sin caer en las habituales trampas de un mundo que se nos vuelve, con frecuencia, en egoísta y hostil. Lo bueno de cada batalla personal es que podemos ganarla manteniendo intactos los principios, los ideales y la vida.

* Periodista