El tema me lo ha sugerido el mensaje de paz y de felicidad que todos nos enviamos unos a otros durante estos días de la Navidad. Me pregunto a mí mismo. ¿Tales mensajes tienen un fundamento religioso, o solamente laico? ¿Tiene algo que ver con el recuerdo de que Jesús nació en Belén, o es la transmisión de una aspiración humana cuyo valor es independiente y autónomo? Validez que se justifica por sí misma, aun cuando el Hijo de Dios no se hubiera hecho hombre y nacido del seno de María de Nazaret. En definitiva, la Navidad ¿es una fiesta religiosa, o una fiesta laica?

Comencemos por una reflexión histórica. En todas las culturas universalmente conocidas la religión ha formado parte de la estructura civil. Sea en los viejos imperios mesopotámicos, sea en el antiguo Egipto, sea en el Imperio Romano, durante la Edad Media y el Renacimiento, en la civilización Maya, entre los Incas del Perú o los Aztecas de Méjico, la religión ha sido un elemento estructural de la sociedad civil. El rito religioso y el sacerdote han jugado en todas estas culturas un rol paralelo al del emperador, de rey o del jefe de la tribu. Más aún la religión ha jugado el rol de fundamento y sostén del poder civil. La estructura religiosa y la estructura política han constituido un único conjunto, inseparables la una de la otra.

Esta inseparabilidad comenzó a romperse hacia la segunda mitad del siglo XVIII. Comenzó por la reivindicación de la autonomía de la razón y de la ciencia. Luego vino el abandono del fundamento divino del poder de los reyes. Los reyes ya no lo eran por la gracia de Dios, sino en virtud de la Constitución refrendada por los ciudadanos. Recientemente el ateísmo, o el agnosticismo si se prefiere llamarlo así, ha dejado de ser un fenómeno minoritario, para convertirse en un hecho generalmente aceptado.

Supuesta esta revisión histórica pasemos a una reflexión sobre algunos aspectos básicos de la religión cristiana en nuestro entorno más cercano. La inseparabilidad de la religión y la política ya fue rota desde el principio por el propio Jesús de Nazaret cuando afirmó llanamente "mi reino no es de este mundo". Mi reino es otra cosa diferente. Nada tiene que ver con la estructura política del Imperio Romano, ni con el poder de los sacerdotes del Templo de Jerusalén. No pretendo cambiar la estructura del Estado, ni hacer la competencia al poder establecido. He venido a dar testimonio de la verdad, de la justicia, de los derechos de los marginados (leprosos, ciegos, desvalidos, pobres en general), de la supremacía de los valores espirituales sobre los intereses materiales.

Mucho antes que los racionalistas del siglo XVIII y los revolucionarios del siglo XIX, promovieran la separación de la religión y el Estado, Jesús de Nazaret se había desvinculado de cualquier estructura de poder político, militar, económico o financiero. Su proyecto era otra cosa diferente.

De hecho esta diferencia marcada por Jesús de Nazaret no ha sido siempre bien comprendida por sus seguidores. Ha habido tendencias espiritualistas orientadas a un "abandono" del mundo. A cultivar la religión como una actividad liberatoria de las preocupaciones mundanas. Al contrario ha habido tendencias de incrustar la religión católica en las estructuras políticas y financieras de la sociedad civil. Las dos han coexistido a lo largo y ancho de la historia del cristianismo.

Jesús eludió integrarse en cualquier estructura de poder. Sin embargo intentó con todas sus fuerzas promover una transformación de la sociedad, un mundo nuevo, una sociedad nueva, a la cual puso el nombre de "Reino que ha de venir". Su mensaje despertó el entusiasmo de muchos porque hablaba con autoridad, no como los escribas y los sacerdotes de la época. Enlazaba con las aspiraciones más profundas del ser humano. Del ser humano creado por Dios y para Dios. No con el ser humano que coloca sus ventajas personales por encima del destino para el que fue creado.

Por ello la Navidad, que hemos celebrado el mes pasado, es a la vez una fiesta religiosa y una fiesta laica. Cada uno la hemos vivido según nuestras convicciones. Los que creemos en la verdad de la palabra de Jesús, la tomamos como una vivencia de todo aquellos que Dios quiere para los hombres: la verdad, la justicia, la solidaridad. Los que no creen tienen una coincidencia en los mismos valores. Por ello la Navidad sigue siendo la fiestas de todos.

* Profesor jesuita