Al cabo de tanto tiempo como el mundo lleva siendo mundo viene Fitur y nos descubre que se puede hacer una ruta turística de la vida y la muerte. Miras las fotos de las presentaciones de ofertas que Córdoba ha llevado a Madrid y te decepcionas porque ves las mismas caras de todos los días. Y piensas que no hay que irse a la capital para echar un espiche a los paisanos. Pero al momento te das cuenta de que sí es necesario clamar, aunque sea en el desierto del paisanaje, porque algo se oirá por esos andurriales extra cordobeses. Y alguien entenderá la filosofía de la vida y la muerte que vende Córdoba en Fitur. Puede resultar chocante conjugar turísticamente los dos momentos clave del ser humano, nacimiento y defunción, pero no hay nada más natural que el sentido común que sabe que sobre esos contrarios hay que montar la vida. Por eso Los Pedroches han presentado la ruta del jamón ibérico y Montilla, la del vino, alimentos con raíces en el cuerpo y el alma, lo material y lo espiritual, que conforman la esencia de la vida. Su contraste, la muerte, unida a lo religioso, que es la trascendencia, se ha ofertado en Fitur a través del camposanto de Monturque y del centenario de la plaza de toros de Pozoblanco, que en la memoria de la muerte de Paquirri ha encontrado un filón. El turismo religioso tiene en la Semana Santa --la muerte en procesión-- un valor seguro al que este año se le suma la Ruta Avilista --las huellas de San Juan de Avila por la provincia--, que tiene todos los visos de maridarse con el vino de la tierra donde está enterrado, que en promoción propia los montillanos son tan doctores como el santo patrón del clero español. El turismo, los viajes, son tan connaturales al ser humano que hasta Fitur diseña rutas con su esencia: la vida y la muerte.