Con Manuel Fraga, fallecido el domingo, desparece la figura de referencia del franquismo posibilista que prefirió aniquilar la dictadura por iniciativa propia a administrar su legado y, fruto de eso, provocar una crisis social de consecuencias impredecibles. Este posibilismo se cruzó con el realismo de la oposición democrática, consciente de sus debilidades, y el resultado fue la transición, durante la cual se ocupó Fraga de meter al grueso de la extrema derecha dentro de la Constitución. La fundación sucesiva de Alianza Popular y del Partido Popular tiene este sentido histórico, completado con el alineamiento con la democracia cristiana, que absorbe perfiles tan diversos. En el debe hay que señalar opiniones que dicen de él que fue una persona contradictoria, casi siempre autoritaria que aceptó atenerse a los códigos de la democracia a condición de no someter la dictadura a juicio. Precisamente su ciclo político en la dictadura y su longevidad le han permitido pisar todos los registros institucionales, desde el central hasta el autonómico y desde el Congreso hasta el Senado. La personalidad de Fraga ha dejado su sello como referente de una derecha reciclada y práctica que ha sabido acomodar sus posiciones a una política de encaje y diálogo con ejemplos que van desde la presentación por él de Santiago Carrillo en el club Siglo XXI a su visita a Fidel Castro. En la hora del elogio fúnebre, todos los protagonistas de la transición han reconocido en Fraga su olfato político para facilitarla. Algo que otros de su mismo registro nunca quisieron hacer.