Ya han pasado las elecciones, con victoria aplastante del PP, y la lista de demandas, peticiones y urgencias es interminable. Los empresarios piden a Rajoy que legisle "rápido" incluso sin pactar. La línea general mayoritaria es que no hay tiempo para grandes negociaciones. El nuevo gobierno tiene que gobernar y legislar. "Si se adhieren otros grupos políticos y los sindicatos, bien, pero si no, no se puede dilatar más el proceso de ajustes y reformas", resumía un dirigente de la patronal CEOE. Otras voces se alzan clamorosas, afirmando que ha llegado el momento de hablar claro a un pueblo que ha demostrado su madurez en las urnas: "Debemos sangrar, llorar, sudar y esforzarnos; no tenemos otra opción que vivir con arreglo a nuestras posibilidades, renunciando a los caprichos". Hay que poner como punto de mira el "reto educativo", piden otros, porque el problema del país es un problema de mentalidad: la baja natalidad --y sus consecuencias económicas y sociales--, el bajo rendimiento escolar, la elevada tasa de divorcios son, sin duda, factores de desintegración social. El propio Mariano Rajoy, en su libro En confianza , ya trazaba el camino a seguir para rescatar a España de su abatimiento: "La necesidad del esfuerzo personal, el trabajo bien hecho, el sentido de la justicia, el respeto a las normas, la consideración del mérito, el sentido de la responsabilidad, de la integración y del acuerdo". Su insistencia en estas cualidades forma un diccionario de propósitos que le definen mejor que cualquier otro detalle. Ha sido Benedicto XVI, con su clarividencia, quien ha hecho un llamamiento a todos los líderes politicos y económicos de los países africanos y del resto del mundo, diciéndoles: "No privéis a vuestros pueblos de la esperanza". Puede parecer paradójico que un Papa reivindique para los politicos la capacidad de dar esperanza. Pero, ahora, es el camino.

*Periodista