El mejor ciclista español, Alberto Contador, ganador de tres Tours, declaró ayer en Lausana durante poco más de media hora ante el Tribunal Arbitral del Deporte, que examina si el corredor debe ser suspendido por dopaje tras hallarse una ínfima cantidad de clembuterol en su orina durante el Tour del 2010. Contador siempre ha sostenido que los restos procedían de un solomillo y que nunca tomó ninguna sustancia dopante.

El caso se ha convertido en una verdadera batalla jurídica de altos vuelos con prestigiosos, y carísimos, abogados enfrentados unos en defensa del ciclista y otros en el bando de la acusación, que promueven la Agencia Mundial Antidopaje y la Unión Ciclista Internacional.

Quizá no por casualidad, la vista ha coincidido con la reaparición en Francia de acusaciones de dopaje generalizado en el deporte español, esta vez encabezadas por el extenista Yannick Noah. Los jueces dirán si Contador es o no culpable, pero lo que de ninguna manera es admisible son las acusaciones genéricas sin pruebas, basadas simplemente en que la repetición de los éxitos del deporte español induce a la sospecha. Hay que recordar que el diario Le Monde , vehículo de esas acusaciones, acaba de ser condenado en el Tribunal Supremo español por implicar al FC Barcelona sin prueba alguna. Eso, las pruebas, es lo mínimo que hay que exigir, además de un tratamiento igualitario para todos los casos, olvidando las rencillas y las nacionalidades.