El tiempo corre tan deprisa que el futuro es ya hoy. Eso, llevado al terreno económico, solo presagia incertidumbres que nos encogen el ánimo, entre la bajada de las bolsas y la subida de la prima de riesgo --de la que todos hablamos ya con la misma familiaridad que si se tratara de un pariente--, pero en otros campos por suerte supone una puerta abierta a la esperanza. Así, tratando de mantenerse al margen --hasta cierto punto-- de la tiranía de los mercados y de los malos augurios laborales que nos rodean, la ciencia sigue avanzando a su ritmo, que es pausado pero constante. Y casi siempre callado, aunque de tarde en tarde nos sorprenda con noticias como la que ayer anunciaba en Córdoba la consejera de Salud, María Jesús Montero: el hospital Reina Sofía, referente desde hace muchos años en cuestión de trasplantes, lo será ahora también en el implante de corazones artificiales. Algo que suena a ciencia ficción y que sin embargo es ya una realidad, porque ese cacharrito electromagnético capaz de transmitir vida late desde el pasado 26 de octubre en un paciente de 70 años víctima de una insuficiencia cardíaca terminal. Un hombre que, hay que reconocerlo, le echó valor al asunto y, a pesar de su edad, consideró que merecía la pena confiar en el equipo de profesionales que ha llevado a cabo la intervención, pionera en Andalucía. Y es que la confianza en los médicos a veces cura tanto como el tratamiento en sí, por muy arriesgado que este sea. Del mismo modo, los avances en la investigación no solo requieren medios y, por supuesto mentes lúcidas y manos expertas, sino fe en lo que se lleva a cabo, aunque esto suponga luchar contra el tiempo y los elementos. El Reina Sofía se apunta un nuevo éxito sanitario, y Córdoba debería agradecerlo de todo corazón.