Las elecciones legislativas que se celebran hoy tienen tanta importancia que debería ser innecesario animar a los ciudadanos para que acudan a votar. La crisis económica y las consecuencias que de ella se derivarán en la vida cotidiana son la gran razón para ejercer el voto y no la gran excusa para quedarse en casa. Cierto es que la legitimación del vencedor nunca está supeditada al porcentaje de participación, pero sin duda se sentirá más respaldado en medio de la galerna en la que deberá gobernar cuantos más sean los electores que hoy se acerquen a las urnas. Desde los trabajos de Hércules de la restauración de la democracia, solo el Gobierno actual ha tenido que afrontar dificultades de la magnitud de las que deberá encarar el próximo. Por eso es de lamentar que la campaña electoral se haya reducido, salvo destellos muy esporádicos, a un compendio fatigoso de lugares comunes, descalificaciones sin demasiado sentido y promesas sin cuantificar. Pero, aun así, la jornada de hoy no puede dejarse a beneficio de inventario, porque a partir de mañana se tomarán decisiones que a todos nos concernirán, que condicionarán decisivamente el futuro de España. Aunque todas las encuestas dan por decidida la contienda, nada es definitivo hasta que termina el recuento. Y, en cualquier caso, es mejor la responsabilidad colectiva de una elección, que el seguimiento de cuanto sucede a distancia. Porque mañana, cuando se conozca el desenlace, todos deberemos desear suerte al vencedor, puesto que la suya será la de todos.